miedo que encierra

Los noticieros han aprendido a utilizar una serie de frases inquietantes para cautivar nuestra atención: «Cuando regresemos, la alarmante verdad de permanecer sentado en el tráfico»; «Cómo el chocolate puede afectar la inteligencia y lo que puede hacer para evitar el peligro» o «Lo que no sabes sobre el agua que estás bebiendo». El miedo vende; nos mantiene pegados a la televisión. El medio vende noticias, revistas, películas, y mete dinero en manos de los sistemas.

Es interesante ver en el Nuevo Testamento lo que, para Jesús, es lo opuesto al miedo. Una y otra vez,  Jesús sugiere que lo contrario al miedo no es la valentía, sino la fe. Tal vez recuerdas aquel episodio cuando Pedro está en la barca y ve a Jesús caminando sobre las aguas. «Señor si eres tú mándame a ti!» (Mt 14, 28), dijo Pedro.  Jesús lo llama y éste comienza a caminar sobre las aguas con su mirada fija en su Señor, pero después desvía la vista hacia las olas, la tempestad y los vientos, se llena de miedo y se comienza a hundir.  Jesús estira la mano y lo levanta; lo primero que le dice es: «Hombre de poca fe, ¿Por qué tuviste miedo?» (Mt 14, 31). Una y otra vez , Jesús contrapone el miedo a la fe, y es que, en un mundo sin Dios, solamente se puede vivir del miedo.

Miedo
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El problema del miedo es que nos encierra en nosotros mismos, esa pusilanimidad nos impide incluso a amar, porque el amor siempre implica un riesgo: riesgo a ser herido, lastimado o humillado; una persona que vive del miedo, nunca puede vivir del amor. Esas son las opciones que nos da Jesús, dos maneras de vivir nuestra vida: o vivimos del miedo o vivimos de la fe. ¡Y este mundo nos propone tantas veces vivir el primero! Tenemos miedo a perder nuestro trabajo o nuestros beneficios médicos, miedo a no tener suficiente dinero para la jubilación y entonces, vamos acumulando dinero y dinero. Nos da miedo tener más responsabilidades, o nos incomoda el qué dirán de nosotros al querer compartir nuestros valores y pensamos: «Entonces mejor no digo nada». ¿Cómo responde el mundo? El mundo nos dice que «somos libres,» que podemos» hacer lo que queramos.»  Anticonceptivos, abortos, eutanasia, drogas, alcohol, libertinaje sexual, no son sino síntomas de un mundo que vive con miedo. Y es que, por nuestra condición humana, podemos crear una adicción de cualquier cosa buena: relaciones personales, placeres, experiencias, etc. Guiados por el miedo, acabamos convirtiendo incluso las cosas buenas que nos rodean en adicciones.

Había un obispo recién ordenado que estaba conociendo las parroquias de su diócesis y solía invitar a los grupos juveniles a cenar, iban a un restaurante y platicaban. En aquella ocasión, había invitado a un grupo y, al llegar la comida, el obispo los invitó a decir una oración de bendición. El líder del grupo, un poco nervioso, dice: «su excelencia, normalmente no hacemos eso en público porque no queremos imponer nuestros valores en la gente que nos rodea». El obispo, con cierta indignación, le respondió: «¿Imponer tus valores? No dejes que ellos impongan su falta de valores en ti».

El cristiano no puede vivir de miedo. Y es en este miedo en el que se encontraban los Apóstoles. Tal vez el «miedo a los judíos» se expresaba con pensamientos semejantes: «¿qué pasará si salimos de la casa?, ¿y si nos matan como a Jesús?, ¿qué pasa si nos ubican como seguidores de Jesús?, ¿qué van a pensar?, ¿qué van a decir?».  ¡Siempre hay «buenas razones» para tener miedo!  ¿Y si me enfermo mañana y no tengo dinero? ¿Y si mi esposa o mi esposo me deja? ¿Y si mis hijos no crecen como yo quiero? ¿Y si no me aceptan como soy?… Siempre, siempre hay buenas razones para vivir de miedo.

¿Qué hace Jesús con sus discípulos temerosos? Jesús entra por esas puertas cerradas, por ese miedo que tiene hermetizado a los apóstoles;  ¡los mismos apóstoles que ya habían visto a Jesús resucitado varias veces!  Aun así, están temerarios. Las palabras de Jesús no son de reproche, no son «amigos, me dejaron morir, ¿dónde estaban?, ¿dónde andaban cuando más los necesitaba?». Les enseña sus heridas, pero no para decirles «vean lo que hicieron», sino para mostrarles su amor; ¿Y cuáles fueron sus primeras palabras? «La paz esté con ustedes«( Lc 24, 35-48).

Jesús entró en la casa de puertas cerradas, en medio de su miedo; les enseño sus manos para dejrales la presencia de su Espíritu. Entonces llega ese «viento del cielo» y se posan sobre cada una de sus cabezas «llamas de fuego». La vida de estos Apóstoles no volverá a será igual: No volverán a vivir del miedo. Tanto así que todos morirán mártires (San Juan será mártir en vida). ¡Todos mártires! Ni siquiera el miedo a la muerte tiene ahora dominio sobre ellos. «Que si vivo—dice San pablo— vivo para Cristo, y si muero, muero para Cristo» (Rm 14, 8). ¿A qué voy a temer? ¿A qué le voy a tener miedo? ¡Es esta la «gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8, 21) que tenemos! «Como el padre me ha enviado a mí—dice Jesús—así los envió yo a ustedes» (Jn 20, 21).

Hoy celebramos que tú y yo hemos sido enviados a la misma misión. ¡Que hermosa fe se nos ha dado! La fe en esta Iglesia, hace 2000 años fundada por Cristo, es vivificada por el Espíritu Santo, que quita todo miedo de nuestras vidas. Hoy celebramos que tú y yo somos enviados por Cristo de la misma manera y con la misma fuerza. La fuerza del Espíritu Santo, de Jesús, no se ha debilitado: los milagros siguen sucediendo, la gente se sigue convirtiendo. A veces creo que nos hemos llenado de miedo los cristianos y, por eso, no hemos visto los milagros que nos pasan de largo. No podemos ser «cristianos de misa dominical,» cristianos encerrados en las puertas de nuestras iglesias. ¡Jesús nos manda fuera! Vive el mensaje, predica el mensaje, erradica todo el miedo de los que te rodean. No podemos ser cristianos temerarios. Jesús nos reta a ser abogados cristianos sin miedo, doctores cristianos sin miedo, madres, estudiantes, amigos, constructores cristianos sin miedo, ¡incluso políticos cristianos sin miedo!

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El mismo Espíritu que hace latir tu corazón, que te hace respirar, que te hace ver las maravillas de la Creación, lo puedes compartir en tus palabras y en tus acciones. Para el que ama a Dios solamente cabe en su corazón un solo miedo: el miedo de perder a Dios, el miedo de no permanecer en su amor, el miedo de pecar y de separarse de ese gran amor, esa fuerza vivificadora del Espíritu. Vamos a determinarnos a vivir nuestra existencia con esta convicción y fuego que el Espíritu Santo nos da: El fuego de vivir una vida con amor, siendo cristianos coherentes, y no «dependiendo del momento.»

Vamos a encomendarnos a la Virgen María, que estaba ahí cuando nuestra Santa Madre Iglesia estaba naciendo, para que nos enseñe esa valentía de vivir de acuerdo al Espíritu, que nos consiga esa alegría de compartir nuestra fe como alguien que se nutre de Dios continuamente. Vamos a pedirle a la Madre de Dios que nos enseñe a vivir el mensaje de su hijo y a disipar todo miedo, para que podamos vivir nuestra vida en presencia del Espíritu de Jesús, en nuestro trabajo, en nuestras familias, en nuestra sociedad y en nuestra escuela.

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