¿por qué perdonar?
Hace 36 años hubo un intento de asesinato en contra del Papa Juan Pablo II. Algunos de ustedes incluso se acordarán de aquello. Después de haberse recuperado, el Papa visitó la prisión donde estaba Mehmet Ali Agca; y el día de Navidad se reunió con quien lo quiso asesinar. Durante 20 minutos, en una celda oscura, el Papa, vestido de blanco, habló con él en voz baja para que no pudieran escucharlos. Y después de la junta, el Papa salió y sus primeras palabras fueron:
He hablado con un hermano a quien he perdonado.
La semana siguiente, la revista ‘’Times’’ publicó en primera plana: «¿Por qué perdonar?».
¿Por qué perdonar? Una pregunta que nos hemos hecho por siglos. ¿Por qué la venganza no es el camino? ¿Por qué es necesario perdonar?
Tres meses después del atentado del 11 de septiembre, el Papa Juan Pablo II habló en la Jornada Mundial por la Paz y dijo que no puede haber paz sin justicia, pero no puede haber justicia sin perdón. Nosotros podemos entender fácilmente la primera oración, para que haya paz tiene que haber justicia; pero la segunda nos puede incomodar un poco. Solamente con reconciliación, con perdón, puede existir la verdadera justicia, porque si no se deforma en venganza.
He hablado con un hermano a quien he perdonado. El mensaje de hoy en las Escrituras es justamente ése, el perdón. Escuchemos las primeras palabras de la primera lectura: «cosas abominables son el rencor y la cólera, sin embargo, el pecador se aferra a ellas» (Eclo. 27, 33).
Qué difícil es vivir este aspecto del mensaje de Cristo, el perdonar. Pedro mismo, en el Evangelio lucha contra esta idea: «Señor, muy bien, perdonamos pero, ¿cuántas veces?».
¿por qué perdonar?
Hay un documental que va a salir en unas dos semanas, lo he estado escuchando en un programa de radio, de noticias, sobre la guerra de Vietnam. Por diez años han estado elaborando el documental y por fin lo van a estrenar. Platicaban cómo la preocupación de algunos es que aquéllos que fueron a la guerra de Vietnam vean el documental y por el estrés, por el síndrome de estrés postraumático, revivan aquellas situaciones dolorosas, traumáticas. Entonces, entrevistaban a varios veteranos de guerra y les preguntaban cuánto les ha afectado y cómo luchan contra el PTSD.
Uno de ellos, hablando sobre su experiencia, dice:
Mira, después de años de terapia y oración, he descubierto que no es lo mismo recordar que revivir. Y es que al principio revivía, mis dolores y traumas una y otra vez–mis sufrimientos, las muertes que veía. Pero ahora, puedo recordar sin revivir.
¿Por qué perdonar?
«Cosas abominables son el rencor y la cólera, sin embargo, el pecador se aferra a ellas» Cuando nosotros recordamos, o más bien, revivimos las ofensas que otros nos han hecho, ¿a quién estamos lastimando? Dicen que el resentimiento es un veneno que nosotros mismos bebemos, creyendo que así vamos a lastimar a otro. Vemos que no puede haber verdadera justicia si no hay perdón de corazón.
No hay que malentender el perdón. Vivir una vida de perdón no significa vivir una vida de abuso, o una vida de injusticia. Juan Pablo II no aprobó el intento de asesinato al visitar al que lo ofendió. Nosotros debemos luchar en contra del abuso en todas sus formas y contra la injusticia, pero ya que la ofensa fue dada, tenemos dos opciones: o aferrarnos a ella, o soltar, encontrar paz en el perdón.
El Evangelio lo dice muy claramente. Aquel siervo que no perdonó a quien le debía muy poco, cuando él mismo había sido perdonado por el rey de su gran deuda, y aún así no supo perdonar.
¿Por qué perdonar?
Nosotros no perdonamos porque la otra persona merezca perdón, eso no lo sabemos. Eso es algo entre él y el Padre. ¿Por qué perdonar?
Porque tú mereces paz, la paz de Cristo. Como hijo, como hija de Dios, el perdón es el único camino de la libertad; o te «aferras» a la ofensa o te entregas a la libertad que da Cristo.
Es esta apertura, el «por fin soltar», que abre paso a la sanación.
Hay un momento específico en el Evangelio donde el Maestro tuvo que perdonar, un momento en el que Jesús tuvo que elegir por no aferrarse al enojo y a la cólera, y soltar. Ese momento es en la cruz. Vemos a Jesús extendido, con los brazos abiertos, no aferrándose a nada, a ningún odio, a ningún resentimiento. Él, que es el único justo, el único santo, tuvo que perdonar: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc, 23,34).
¿Te has preguntado por qué las llagas quedaron en el cuerpo resucitado de Jesús? Las llagas seguían ahí. Jesús «recordaba sin tener que revivir.» Jesús había perdonado, había soltado nuestra culpa; y lo mismo nos invita a hacer a otros, a nosotros, porque ese es el único camino de la libertad espiritual: el perdón, la misericordia. ¿Es un camino fácil? No.
Todos lo sabemos, todos hemos sido lastimados u ofendidos por alguien, y todos tenemos la opción de seguir reviviendo el dolor y el sufrimiento o empezar a abrirnos a la sanación, que es el perdón.
El perdón comienza con una decisión: elijo perdonar, elijo que este dolor y este sufrimiento no gobiernen mi vida, como lo hizo el Maestro en la cruz.
Eso lo podemos renovar cada vez que venimos a misa y hacemos presente su mismo sacrificio. Que nuestro Señor y Maestro nos enseñe a perdonar, como él perdonó.m
Había otra figura también a los pies de la cruz, que tuvo que perdonar. Esa es María. María perdonó a todos aquellos que le estaban arrebatando a su hijo; a todos aquellos que estaban matando al inocente, al santo. Que María también nos enseñe a perdonar.
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