adictos a los sentimientos

Es bien sabido que vivimos en un tiempo—en una sociedad—de gratificación inmediata. Queremos que nuestras búsquedas en Google aparezcan en menos de medio segundo. Queremos que nuestros viajes en Uber y las entregas de Amazon lleguen justo a tiempo. Queremos que la película comience a reproducirse en el instante en que presionamos el botón de reproducir. Esta es la naturaleza del mundo en el que vivimos—una sociedad que valora la inmediatez por encima de todo. Y, de alguna manera, esa misma impaciencia ha encontrado un hogar en nuestros corazones.

Pero la temporada de Adviento, en particular este Domingo de Gaudete, se opone directamente a esta cultura. El Adviento trata de aprender a desear—de aprender a anhelar. Es una temporada lenta y deliberada que nos enseña a esperar y anticipar. Por eso encendemos una vela cada semana, no todas a la vez. La Iglesia cambia sus colores litúrgicos. Cantamos canciones diferentes. Los ritos y oraciones cambian. La decoración se transforma. Y en muchos de nuestros hogares, comenzamos nuestras propias tradiciones—como colocar la corona de Adviento en la mesa del comedor o montar el belén.

Si tienes la tradición de montar un pequeño belén, te invito a convertir ese espacio en un lugar de oración: un lugar donde lees las Escrituras, meditas y desarrollas un espacio para desear. Sí, necesitamos aprender a desear—todos nosotros. Y hoy, la Sagrada Liturgia nos dirige hacia la alegría cristiana como el objeto de nuestro deseo.

Esto lo vemos en las tres lecturas. Tomemos a Sofonías en la primera lectura:

Él se gozará en ti con alegría. Te renovará con su amor. Se regocijará por ti con cantos de fiesta.

Detente un momento y reflexiona sobre eso. Dios cantando de alegría por ti. ¿Puedes imaginarlo? Dios—el Creador del universo—cantando de alegría por ti. El texto continúa:

Él se regocijará por ti, como en los días de fiesta.

Piensa en esa imagen—la alegría de la gente en una fiesta o concierto. Imagina la energía, la música, los cánticos en un concierto de Neil Diamond o Beyoncé, donde todos se elevan con emoción y canción. Esa es la clase de alegría que Sofonías describe—una alegría que Dios tiene por ti.

La segunda lectura de San Pablo refuerza este tema:

Alégrense siempre en el Señor. Lo repito, ¡alégrense!

Las palabras de Pablo casi suenan como un mandamiento: Alégrense. No dice: “Alégrense cuando se sientan bien”, o “Alégrense cuando todo en su vida vaya bien.” No—dice: Alégrense siempre. Y continúa:

No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, presenten sus peticiones a Dios y acompáñenlas de oración y acción de gracias.

Pero aquí surge la pregunta:

“Pablo, ¿como puedes mandarnos a alegrarnos? Yo no siento alegría en mi vida. Estoy agobiado financieramente. Estoy luchando con mi salud. Acabo de perder a un ser querido. Estoy insatisfecho con mi trabajo. ¿Cómo puedo alegrarme?”

En una sociedad que parece cada vez más y más adicta a los sentimiento, entender la alegría de la que habla san Pable puede ser un reto. Pero esta puede ser una respuesta: La alegría cristiana no está basada en los sentimientos. No está ligada a circunstancias pasajeras. La alegría cristiana es una elección. Es una decisión que tomamos según dónde enfocamos nuestro deseo. Si mis deseos están centrados solo en mí—mis frustraciones, mis problemas, mis circunstancias—entonces sí, encontraré muchas razones para estar insatisfecho y sin esperanza.

Pero si el objeto de mi deseo se eleva por encima de mí mismo—si me enfoco en Dios, que es fiel (más fiel conmigo que yo mismo!), amoroso y cercano—entonces la alegría se vuelve posible. La alegría se convierte en una elección que trasciende los sentimientos.

Aquí hay un ejemplo. Desde hace tres semanas, he estado anhelando un gofre belga. No cualquier gofre—uno dorado y crujiente por fuera, tierno y esponjoso por dentro. He estado imaginando la mantequilla derritiéndose por encima, el chorrito de miel, un toque de azúcar glas, tal vez unos arándanos y nueces trituradas.

¿Qué sucedió en tu espíritu cuando describí ese gofre? Comenzaste a imaginarlo. Comenzaste a desearlo. Tal vez incluso empezaste a salivar. Y solo describí algo por 20 segundos.

Eso es el Adviento.

Lo que contemplamos se convierte en lo que deseamos.

Pero con demasiada frecuencia, ¿qué contemplamos? Nosotros mismos. Nuestras decepciones, frustraciones y anhelos. Pablo nos dice: Deja de mirarte a ti mismo. Fija tus ojos en algo más grande. Si quieres alegrarte siempre, el objeto de tu contemplación debe ser más grande que tú.

Un autor espiritual lo expresa así:

Aquello que amas—lo que captura tu imaginación—afectará todo. Decidirá qué te hace levantarte por la mañana, qué haces con tus noches, cómo pasas tus fines de semana, qué lees, a quién conoces, qué te rompe el corazón y qué te asombra con alegría y gratitud.

Enamórate. Permanece enamorado. Y eso lo decidirá todo. (P. Arrupe)

Para el cristiano, la alegría es el resultado de estar enamorado de algo más grande que sí mismo, en última instancia, del amor del Padre. Ese es el objeto de nuestra esperanza y nuestro deseo.

Pero tal vez aún piensas: “No tengo motivos para alegrarme.” Si creemos que somos víctimas de nuestras circunstancias y contemplamos eso, quedaremos atrapados en esa creencia.

Termino con una cita del Padre Walter Ciszek, un sacerdote jesuita que pasó años en el brutal campo de concentración de Lubianka durante la Segunda Guerra Mundial. Sus amigos fueron asesinados. Soportó sufrimiento espiritual, psicológico y físico. Sin embargo, en su libro He Leadeth Me, escribe:

La simple verdad de que el único propósito de la vida del hombre en la tierra es hacer la voluntad de Dios contiene riquezas y recursos suficientes para toda una vida.

Una vez que has aprendido a vivir con esto en mente—ver cada día y cada una de las actividades del día a la luz de ello—la voluntad de Dios se convierte en algo más que una fuente de salvación eterna. Se convierte en una fuente de alegría y felicidad aquí en la tierra («felicidad» proveniente de un hombre que estuvo en un campo de concentración!). La idea de que la voluntad humana, unida a la voluntad divina, puede participar en la obra de Cristo de redimir a toda la humanidad es abrumadora.

Tenía que aprender continuamente a aceptar la voluntad de Dios, no como yo deseaba que fuera, no como podría haber sido, sino exactamente como se iba desarrollando en el momento. Así aprendí, por ensayo y error, que si quería conservar mi paz y alegría interior, debía recurrir constantemente a la oración, a los ojos de la fe, a una humildad que me hiciera consciente de lo poco que significaban mis propios esfuerzos y de cuán dependiente era de la gracia de Dios, incluso para la oración y la fe misma.

La vida del Padre Ciszek nos enseña que la alegría cristiana no depende de las circunstancias. Incluso en un campo de concentración, él encontró alegría al unir su voluntad con la de Dios. Aprendió a aceptar la voluntad de Dios exactamente como se iba desarrollando en el momento.

Y así, en este Adviento, oramos por dos dones:

  • El don de la verdadera alegría cristiana, que nos libera de ser víctimas de nuestras circunstancias.
  • El don de la libertad espiritual, para que el objeto de nuestro deseo sea siempre Dios—el que viene a tu corazón.

San Pedro, Príncipe de los Apóstoles, ruega por nosotros.

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El profeta Jeremías vivió aproximadamente del año 650 a.C. hasta el año 580 a.C., alrededor de seis siglos antes de Jesús, y su principal ministerio fue en la capital de Judá, en Jerusalén. En los tiempos de Jeremías, hubo intrigas políticas, puñaladas por la espalda, conspiraciones y derrocamientos. En la primera lectura, un buen rey ha sido derrocado en Jerusalén y un mal rey ha tomado su lugar, haciendo alianzas con Egipto. Incluso los profetas de la corte estaban en contra de Jeremías y apoyaban a este rey en esta traición. Jeremías habla con palabras desafiantes acerca de ellos:  ¡Ay de los pastores que engañan y dispersan el rebaño de mi pasto!

Y, en brillante esperanza, Jeremías revela cómo Dios planea arreglarlo:

Yo mismo reuniré el remanente de mi rebaño.

El Padre del Cielo sabe bien que necesitamos buenos pastores. Lo vemos en Su deseo de pastorear a Su rebaño y mostrarnos el camino, hasta el punto de convertirse en Hombre.

Jesús compasivamente ve a las personas «como ovejas sin pastor»; incluso teme que su muerte sea una causa para que el rebaño sea dispersado (Marcos 14:27) y su oración es para que nosotros seamos uno. El gran milagro es que el mensaje de Jesús vivió y perduró.

Debido a Su resurrección, Su mensaje siguió vivo. A través de la infidelidad de Sus primeros seguidores, después de la traición de Judas, después de ser negado por el primer Papa, por el propio Pedro(!), Su mensaje siguió vivo.

¿Has pensado qué pasaría si hubiera un ataque orquestado, sistémico, justificado o injustificado, contra los pastores de la Iglesia?

¿Contra los sacerdotes, como ha sucedido en el pasado?

¿Contra los obispos y cardenales, como está sucediendo ahora?

¿Qué pasaría si hubiera un ataque contra el Papa? Hemos visto muchos a lo largo de la historia. El mensaje de Cristo aún vive y perdura, prevalece a través de la historia.

Confrontación en el auto lavado

Algunos de ustedes ya  han escuchado sobre mi historia en el auto lavado:

Estaba en el auto lavado esperando mi coche, revisando Twitter y Facebook … cosas de millennials … 

Llevaba puesto mi alzacuello, que usualmente genera miradas extrañas. Había una pareja que no quitaba su mirada incómoda.

Me puse de pie y me moví.

Se pusieron de pie y se movieron.

¿Eres un sacerdote?

—¡Intento serlo! (Bromeando)

¿sacerdote CATÓLICO?

—Sí

Nosotros solíamos ser Católicos. ¿Le gustaría saber por qué dejamos la Iglesia?  

—De verdad, de verdad que sí quiero saberlo.

Ella: Nos fuimos porque el coro siempre estaba desafinado, la Misa era aburrida, la homilía era aburrida. Todo fue plano y ABURRIDO. Ahora vamos a otra iglesia, y ¡hombre puedo sentir el FUEGO del Espíritu Santo ARDIENDO dentro de mí!

Marido: ¿Quiere saber por qué yo dejé la iglesia? Fui bautizado, confirmado y casado en la misma iglesia por el mismo sacerdote. Siempre corrió el rumor de que al padre Fulanito le gustaban sus martinis. Pensé que era solo un rumor, hasta que lo presencié y no pude soportarlo. ¡Un hombre de DIOS, un pastor de la IGLESIA, NO debería comportarse de esa manera! Nah, no creo en los sacerdotes. Es por eso que dejé la iglesia. ¡No creo en los sacerdotes …! Pero, ¿qué piensa usted … «PADRE»?

(Supongo que sintieron mi incomodidad, por decir lo menos. No necesito una gran provocación para decir lo que pienso, así que respondí …

Yo: Bueno, yo tampoco creo en los sacerdotes. Pero no se preocupen, para empezar, no parece que hayan perdido una fe.

 

[miradas asombradas de la pareja]

 

Yo, a la esposa: Te enamoraste de un sentimiento, una emoción, un coro, una experiencia. Tú no tenías una fe cristiana; tenías una fe corera. Y cuando no encontraste ese sentimiento, lo buscaste en otra parte: Jesús como un sentimiento. 

Yo, al esposo: Y es posible que tú tampoco hayas tenido una fe cristiana. Pones toda tu fe en un ser humano, en un hombre, y cuando viste que ese hombre era tan defectuoso como tú, te fuiste a otro lado. Tú no tenías una fe cristiana; tenías una fe curera. 

Ambos: tener una verdadera fe Cristiana es tenerla en Jesucristo nuestro Señor y Salvador solamente. Él es nuestra Esperanza, Él es nuestra Paz, como dice Pablo en nuestra segunda lectura. Él se revela a sí Mismo en Su Santa Palabra, en el amor al prójimo, en los sacramentos, en los pastores de su rebaño, pero solo Él es nuestra Paz. Cuando ponemos nuestra fe en algo que menor a Dios, ya se está volviendo obsoleto y corrompe.

Fueron llamados para recoger su coche, y se fueron.

Un párroco joven recibió una pequeña parroquia por primera vez y decidió pasar por todas las aulas del Catecismo y presentarse. En uno, estaban estudiando el Salmo 23: El señor es mi pastor. Nada me faltará.

El sacerdote emocionado les preguntó a los niños: «¿Y quién es el pastor de esta comunidad?»

Un niño levantó su mano: ¡JESÚS! ¡Jesús es nuestro pastor!

Sacerdote: Sí … ¡tienes razón! Pero, si Jesús es el pastor, ¿eso en qué me convierte?

Niño: Supongo que eres… ¡su pastor alemán!

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Hay algo de verdad en eso, ¿apoco no? Debemos de tener cuidado con la cultura de las celebridades de nuestros tiempos. Asignamos virtud a las personas que cantan o actúan con talento o participan en política, y los convertimos en héroes modernos. Entonces, cuando sucede un escándalo, pierden prestigio y nuestro respeto. Parece que la cultura de las celebridades también ha encontrado su camino hacia la Iglesia. Celebramos los talentos humanos de sacerdotes, obispos o monjas: su predicación, su conocimiento, su genialidad o su sabiduría mediática; les damos gloria humana, exaltamos su virtuosismo y anclamos nuestra fe en ellos; y, si, cuando vemos sus defectos, terminamos desilusionados y en peligro de perder nuestra fe humanizada.

Nuestra fe está en Cristo solo. Jesús nos mostró esto en el Evangelio: La gente quería coronarlo como Rey, y Él desapareció entre ellos. ¡Él no quería eso! Pudo haber sido tentador para él aceptar esa corona. Puede que incluso haya pensado en usar esa posición real para promover el Reino de Dios, pero no quería la gloria humana. Si queremos ver su triunfo, su verdadera gloria y orgullo, solamente debemos mirar a la cruz. Esa es su gloria, su trono, el recordatorio de que el amor es sacrificio.

La vida espiritual es muy similar a la vida biológica. Como niños, ¡creemos que Mamá y Papá son perfectos en todos los sentidos! Todo lo que dicen es impecable. Son geniales, bellos, increíbles … luego empieza la pubertad. Entonces se vuelve todo lo contrario.

¡Te odio! ¡Tú no me entiendes! ¡Estás arruinando mi vida! ¡Eres un terrible ser humano!

Entonces, una adolescencia sana y madura nos ayuda a darnos cuenta de que Mamá y Papá son tan defectuosos y débiles como nosotros, que ellos también están tratando de arreglárselas con las circunstancias en las que se encuentran y lo que les ha sido dado. Por causantes de dolor que podamos haber sido, esperemos poder verlos con compasión y reconocer sus luchas.

Del mismo modo, en la Iglesia. Podemos pensar que los pastores son puros e inmaculados de la misma manera, pero luego llegamos a reconocer que tienen sus luchas. Necesitamos verlos con una mirada compasiva y luego volver a enfocar nuestra mirada en Jesucristo, quien es nuestra Paz y orar por nuestros pastores.

Sé el cambio

Algunos piensan que la mejor manera de cambiar un país es cambiar a sus líderes, sus pastores. Eso puede funcionar … por un tiempo. Si cambiamos a algunos políticos, puede provocar cambios con la gente. Pero si realmente queremos que algo perdure en el tiempo, debe de ser desde la raíz.  Por ejemplo, en la conversión de Roma, la conversión de Constantino fue lo último que sucedió. La gente ya practicaba la fe Cristiana y Católica. La derrota del comunismo. La independencia de Estados Unidos. Todos estos fueron movimientos de raíz que solo se actualizaron políticamente después del hecho. 

Entonces, si tú y yo queremos una iglesia más santa, si usted y yo queremos pastores santos, audaces y valientes como Jeremías, comenzará contigo y conmigo. Comienza con nosotros, asumiendo la responsabilidad de nuestra fe y recordándonos que nuestra fe se centra en Cristo, que es nuestra Paz. El Padre del Cielo sabe que mis debilidades son evidentemente obvias (¡Y algunos de ustedes no dejan de recordármelas!). Nuestra santidad está en Jesucristo mismo. No podemos poner nuestra fe en la fragilidad humana de hombres y mujeres. Las personas que ponen su fe en algo menor a Dios ya comienzan a perderla.

En el Evangelio, Jesús les recuerda a Sus Apóstoles que solo pueden completar su misión si permanecen con Él, y Él los llama a un lado para descansar con Él. Me gustaría dejarte con un pequeño desafío. Esto está dirigido a los pastores de familias, es decir, los padres. ¿Cuándo fue la última vez que asumió la responsabilidad de la vida espiritual de su familia? Cuando es tiempo de vacaciones, algunos piensan que también debemos tomarnos unas vacaciones de nuestra vida espiritual, que cuando no hay escuela o cuando viajamos, colocamos nuestra relación con Cristo entre paréntesis, suspendida. Jesús nos llama a descansar en Su presencia, y el verdadero ocio, el verdadero descanso solo puede lograrse en la Paz que es Cristo.

Que María nos muestre cómo asumir la responsabilidad de nuestra fe. En nuestra vida de oración, en nuestra participación en la vida sacramental, en el estudio de nuestra fe (activa y disciplinada), podemos encontrar que nuestra fe es verdaderamente Cristiana cuando nos enfocamos en Cristo. Que ella nos dé el coraje y la audacia para predicar nuestra fe con palabras y acciones como Jeremías.

 

 

 

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Oímos unas palabras muy poderosas en las lecturas sobre el propósito de la vida del hombre. La primera lectura, tomada del Libro de la Sabiduría, dice que:

“Dios creó al hombre para que nunca muriera, porque lo hizo a imagen y semejanza de sí mismo; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan quienes le pertenecen”.

Si prestamos suficiente atención a nuestra vida espiritual, podemos experimentar a diario los efectos de la Muerte y de la Vida en nuestras propias vidas. Tomemos, por ejemplo, la semana pasada: las luchas, las peleas ―internas o externas―, la tristeza, la soledad, los miedos… son, en cierto modo, experiencias los efectos de la Muerte. Del mismo modo, los momentos de auténtica alegría, la compasión, el amor, el perdón y el sentido de plenitud y trascendencia son también experiencias de Vida. La muerte no es algo que les sucede a todos excepto a mí, o algo que eventualmente sucederá, en un tiempo completamente irrelevante para este momento de mi vida. La Muerte también puede ser experimentada por las sugerencias sutiles del demonio en nuestras vidas. Al igual que la Vida puede ser verdaderamente experimentado por las sugerencias sutiles del Espíritu en nuestras vidas.

La historia del Evangelio de hoy habla de dos mujeres ―dos mujeres al borde de la desesperación. La primera, una niña de 12 años de edad, hija de Jairo; y la otra, una mujer que también por 12 años ha sufrido una enfermedad. Ambas son llamadas «hijas»—una, la hija de Jairo, y la otra es llamada hija por el mismo Jesús. Hay algunas semejanzas entre ambas historias; se pueden comparar y contrastar, pero en general son historias de un momento crítico de desesperación. Ya sea directa o indirectamente, ambas mujeres se le acercaron a Jesús como último recurso.

Tomemos el caso de la primera. Jairo es un jefe de la sinagoga, el administrador y el presidente de la junta de ancianos que coordina todos los servicios; es uno de los hombres a cargo. Incluso se podría decir que era de aquellos que creían que Jesús era un hereje, un instigador, el iniciador de una revuelta. Representando la sinagoga, debía de tomar esa posición formal; pero en su desesperación, abandona toda posición, y, buscando a Jesús, pone en peligro su trabajo por la sanación de su hija. Todo está en el límite y, como último recurso, busca a Jesús.

Luego está la mujer con hemorragia, la cual ha sido declarada impura. Durante 12 años ha estado luchando con esta enfermedad. Ha gastado todo su dinero. Seguramente hasta perdió a su marido y a sus hijos a causa de ser declarada impura. Ha sido rechazada y relegada por la sociedad. Imagina el sufrimiento ―social, espiritual y personal― que esta mujer había experimentado: buscando sanación, ha perdido todo. En aquellos tiempos, cualquier forma de desangramiento del cuerpo era una razón para ser declarado impuro― ¿Recuerdas cuando María fue al templo para la purificación después de dar a luz a Jesús? Pues bien, esta mujer, por 12 años, no podía encontrar cura. Se creía que la causa de la enfermedad era un pecado en su vida o en la vida de sus padres o abuelos que ella acarreaba, la causa raíz era aquella enfermedad espiritual. La gente se mantenía alejada de ella, literalmente, como un leproso. Probablemente por eso se ocultó en la multitud y se acercó a Jesús «por detrás». Tal vez tenía miedo de que también Jesús la humillaría y la rechazaría en asco.

Pero algo la empujaba: «Con sólo tocar su manto, quedaré sanada». Y así, haciéndose camino a través de multitud ―asegurándose de que nadie viera quién era―, tocó el manto de Jesús. El Evangelio dice que Jesús «notó al instante que una fuerza curativa había salido de él» y la mujer también sintió «en su cuerpo que estaba curada». Jesús se da la vuelta, «¿Quién me ha tocado?», pregunta. Aunque sabe muy bien quién lo tocó, probablemente quiere que la mujer reconozca que ÉL fue la causa de su sanación.

 

 

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¿Qué fue lo que sanó a esta mujer? No fue un manto mágico que traía Jesús. No fue ni siquiera el punto al que llegó su desesperación, su querer ser curada. «Hija, tu fe te ha curado». Fue la fe en Jesús lo que la la sanó, simbolizada en el acto de tocar su manto.

No es de extrañar que las palabras salud y santidad, ambas compartan la misma raíz. Así que en esta historia de desesperación y de cómo Jesucristo trae la curación y la santidad de estas dos mujeres, me gustaría invitarte a reflexionar sobre tu enfermedad espiritual. Tal vez hay algo en tu vida, en tu infancia, en tu adolescencia o en tu vida actual que te tiene inmovilizado, como a la niña, sin poder avanzar o crecer. Tal vez tienes una enfermedad spiritual que, al igual que a la mujer con la hemorragia, ha sido una fuente de sufrimiento para ti, de vergüenza; algo que a tus ojos o a los de los demás te ha hecho impuro, y llevas arrastrando por años; algo que ha ido erosionado tu esperanza―tu esperanza en ti mismo, tu esperanza en la vida, tu esperanza probablemente incluso en Dios y en su poder; algo que ha sido fuente de tu enfermedad espiritual, personal o física.

Un niño fue al zoológico con su papá. Se maravilló de todos los animales: las jirafas, los caimanes, los gorilas. Finalmente llegan a los elefantes. Los ven lanzando pelotas de playa, haciendo malabares, y parándose en dos patas. Después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

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Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. Olvidando el asunto, años después, crece y lleva a su propio hijo a ver a los elefantes. No pudiendo ignorar más la pregunta, se acerca al entrenador:

«Descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:

El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía…

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree pobre que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…

Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad… condicionados por el recuerdo de «no puedo»… Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón… » — J.L. Bucay

 

Tú y yo también podemos tener esas pequeñas estacas de madera que nos atan: las creencias que nos obligan a pensar que toda lucha es inútil y que lo único que queda es la resignación. Igual que la mujer con hemorragia, también podríamos haber agotado todos nuestros recursos y creer que, por lo menos para mí, no hay cura. Probablemente, como Jairo, temamos que nuestro hijoa, morirá, y estaremos atados por este miedo. Son aquellas estacas en nuestras vidas que nos irán atando a una creencia limitante, a una forma condicionada de pensar que nos esclaviza y nos incapacita a la esperanza de que hay un poder que ha vencido la Muerte, un poder que nos ofrece una libertad insospechada.

Al igual que con la mujer, es imperativo superar la vergüenza, y encontrar el descaro, el coraje de acercarse a tocar el manto de Jesús. Y utilizo la palabra coraje en su sentido etimológico, cor, corazón. Vivir una vida de auténtica fe es vivir una vida de coraje, de corazón fuerte. Viviendo de esta manera buscaremos un corazón más fuerte que el nuestro, un poder más grande que el de nuestros pobres músculos: una confianza nueva en Jesús y su mensaje. Él nos ofrece la fuerza para dar un buen jalón a esa estaca; nos ofrece un motivo para seguir esperando que ese momento llegará, hoy, mañana, o en doce años.

El miedo puede ser una de esas estacas de madera que nos limitan a crecer. No es de extrañar que Jesús le diga a la gente alrededor de la hija de Jairo, antes de hacer el milagro: «No tengas miedo. No está muerta. Sólo duerme”. ¿Cuál fue su manera condicionada de pensar acerca de Jesús? Probablemente, este hombre está loco. Esta niña está muerta. El Evangelio nos dice que incluso «se reían de él».

¿Cómo sería tu vida sin miedo? Imagina tu vida como discípulo comprometido con coraje con el mensaje del Hijo de Dios. Ahora, no estoy diciendo que tomes un micrófono y vayas al centro de la ciudad a anunciar el Reino en los espacios públicos: en tu misma vida, tu mismo lugar de trabajo, tu misma familia, tu misma escuela.

¿Cómo serías en esta nueva vida? ¿Si confiaras en él, con coraje, con corazón? ¿Con qué libertad experimentarías la Vida? ¿Cuán libre estarías de las experiencias de la muerte, de las ansiedades, miedos, y otras enfermedades espirituales? ¿Qué te podría traer para abajo? «Si Dios está con nosotros, ¿quién podría estar en contra de nosotros?» (Rom 8:31). Que María, la primera discípula de Jesús, nos enseñe la gran alegría y libertad de confiar en él sin condicionamientos. Que nos muestre el valor de perseverar, para llegar a él y tocar su manto. Sagrado Corazón de Jesús.

crecer sin papá :( – la semilla de la paternidad moderna

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Jesús, el maravilloso contador de historias que es, utilizae una variedad de ilustraciones para transmitir la novedad de su mensaje. Habla, por ejemplo, de constructores, de pescadores, de labradores, y hoy escuchamos otra historia: la parábola del sembrador.

Semillas

Para aquellos de ustedes que han trabajado la tierra, saben lo maravilloso que es una semilla. Este asombroso micro-ecosistema encapsulado encierra la promesa de vida, de alimento, la promesa de un futuro.

La Bóveda Global de Semillas, en Noruega, alberga y protege más de un millón de variedades de semillas. Por motivo de posibles extinciones de variedades, mutación genética, o incluso una catástrofe global, dependeríamos de esas semillas que han sido protegidas para que podamos volver a cultivar. Algunos hasta han dicho que podríamos utilizar esas semillas para colonizar otro planeta.

Haciendo a un lado cultivos interplanetarios, vemos en la semilla un símbolo de esperanza, una señal de un futuro. Pero, en realidad, no es la semilla en sí misma lo que ofrece este futuro, ¿verdad? Es realmente la capacidad que tiene la semilla de transformarse. Esta capacidad de dar tiene su origen máximo en Dios, el Padre de Vida. San Pablo dice que “Ni el que planta es algo, ni el que riega; sino Dios, que da el crecimiento.” (1 Cor 3, 7).

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Llamados a dar la semilla de vida

Pertenece a la madre la vocación de fomentar la vida, nutrirla y ayudarla a crecer; pero pertenece al padre la vocación de dar vida, dar la semilla de la vida. La misma palabra semilla en Latín es semina.

Lamentablemente, la imagen moderna de paternidad que ha sido caricaturizada, ridiculizada hasta el punto de mostrar al hombre de familia como Homero Simpson. Es bastante común ver en los medios a hombres de la familia representados como inmaduros, inseguros, tontos e infantiles, más como un hombre-niño que como un hombre de familia. Piénsanlo, ¿cuándo fue la última vez que viste, en una película o en una serie de televisión, a un padre personificado como un hombre fuerte, protector, nutritivo y emocionalmente maduro?

Por supuesto, la vocación de ser papá no se trata solo de dar vida, sino también de asumir la responsabilidad sobre ella: defender la vida y nutrirla, no solo estando presente, sino con una presencia personal, emocional y espiritualmente comprometida. Qué gran llamada la de dar vida, pero especialmente la de asumir la responsabilidad de ella. ¿No es eso de lo que trata la primera lectura?  «Arrancaré un tierno brote desde la cresta de un cedro. Lo plantaré en lo alto de una montaña alta”. El Padre Celestial dice que lo nutrirá y lo hará crecer, lo protegerá y lo hará dar sombra para todas las aves del cielo.

Celebramos hoy, primeramente, al Padre del Cielo que continuamente nos da vida, y también a todos los padres biológicos y adoptivos de nuestra comunidad. Reflexionemos un poco más sobre lo que significa ser papá.

Uno de cada cuatro niños crece en hogares sin papá en los Estados Unidos. El efecto de los padres ausentes en los niños y en la sociedad en general ha sido estudiado a profundidad, Los siguientes son solo algunos estudios.

Los niños que crecen en hogares sin padre son:

  • 4 veces más probables de crecer pobre—NPR;
  • 5 veces más probables de cometer suicidio—Departamento de Salud de EEUU/ Censo;
  • 32 veces más probables de huir de su casa;
  • 20 veces más probables de sufrir alguna enfermedad mental—Centro para el Control de Enfermedades;
  • 14 veces más probables de cometer violación—Justicia y Comportamiento, Vol 14, p. 403-26;
  • 9 veces más probables de dejar la escuela secundaria—Informe de la Asociación Nacional de Directores;
  • 10 veces más propenso a la drogadicción—arcoíris para todos los niños de Dios;
  • En el caso de las niñas, 92% más de probabilidades de divorciarse;

Tuve la oportunidad de servir en el ministerio de la cárcel durante un año, y personalmente puedo decir que los siguientes dos datos son acertados. Los niños que crecen en hogares sin padre son:

  • 9 veces más probables de estar en instituciones manejadas por el Estado—Depto. De Justicia de los EE. UU., Septiembre de 1988;
  • 20 veces más probables de terminar en prisión—Departamento de Corrección de Fulton Co., Texas Dept. Co. 1992;

Es increíble ver que, si realmente queremos trabajar para disminuir la pobreza e incluso las enfermedades mentales, tenemos que mirar hacia la familia; tenemos que ver la maravillosa vocación que algunos hombres han recibido no solo para dar vida sino también de asumir la responsabilidad sobre vida. Sí, puede ser todo un desafío. Tú mismo, tal vez, creciste en un hogar sin padre. Tal vez tú mismo fuiste testigo de las debilidades y deficiencia de tu propio papá. Pero también tú mismo, con tus debilidades y deficiencias, puedes decidirte a trabajar por estar más presente a aquellos corazones que Dios te ha confiado, de formar aquellas almas a ser el mayor de tus éxitos, el orgullo más grande de tus logros de vida.

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La paternidad es una vocación bellísima que ha sido muy golpeada en nuestra sociedad, y probablemente incluso en la Iglesia. Quizás, como sacerdotes, también nos hemos quedado cortos de asumir la responsabilidad de la salvación de aquellas almas que han sido confiadas a nuestro cuidado. Algunos probablemente no han predicado el Mensaje con tanta valentía y lo han reducido, en un esfuerzo por hacerlo más agradable. O tal vez la debilidad de un sacerdote ha salido a relucir, y la fe de algunos en el Padre ha sido sacudida.

Vida del Padre

Padres, nuestra vocación deriva del Padre del Cielo. Ser padre es asumir la responsabilidad de tu familia, de esas almas, de su desarrollo espiritual y emocional; asumir la responsabilidad de tu comunidad local; asumir la responsabilidad de tu país; asumir la responsabilidad de tu iglesia. Es muy alentador saber que aquellos padres que sí hacen el esfuerzo de tomar responsabilidad de los suyos sienten una profunda satisfacción de vida.  Los siguientes datos son respuestas de padres respecto a lo que significa para ellos su vocación:

  • El 91% de los padres dicen que ser padre es su mayor alegría.
  • El 85% de los padres dicen que ser padre es el mejor trabajo del mundo.
  • El 73% de los padres dicen que sus vidas comenzaron cuando se convirtieron en papás.

Al comparar su propia experiencia de crianza con el comportamiento de sus padres, esto es lo que los padres dijeron:

  • El 52% de los padres indicaron que muestran más afecto que el que recibieron de ellos de sus padres.
  • El 47% de los padres pasan más tiempo de juego y tiempo de calidad que sus padres pasaron con ellos.
  • El 46% de los padres le leen más a sus hijos que sus padres.
  • El 54% de los padres dicen “te amo” a sus hijos más de lo que sus padres lo hicieron con ellos.

Al ser mejores hijos del Padre, podemos nosotros, as u vez, ser mejores padres; es en Él que encontramos la sabiduría del formar y la fortaleza para proteger. Solo Él puede enseñarnos a sembrar y a nutrir la semilla de Vida. Que nuestro Padre del Cielo guíe la vocación que han recibido, ya sea por medio de la paternidad biológica, la paternidad adoptiva o la paternidad espiritual. Que aumente nuestra presencia comprometida para con las amas que nos ha confiado y que, a través de la intercesión de San José, podamos madurar esta vocación de dar vida y asumir una responsabilidad activa.


P.D.: En una nota personal, tuve la alegría de ver una excelente película que representa una paternidad moderna con una luz nueva y fresca. Aunque se comercializa como una película de terror, A Quiet Place (Un Lugar Tranquilo), personifica a un padre fuerte, presente emocional y activamente con sus hijos y su esposa. Si has visto la película, ¡me encantaría escuchar lo que opinas!

Si te interesan más datos sobre esta «crisis de paternidad moderna» mira este infográfico.

1 comentario

  1. Excelente reflexión Jorge, muchas gracias por compartirla. Quienes anhelamos la dicha de ser padres tenemos una gran responsabilidad… Mucho se habla de la necesidad de cambiar el mundo… qué diferencia haría si cada familia iniciara por dedicar el tiempo a la formación amorosa de los hijos para que se conviertan en personas íntegras, tolerantes, compasivas… Un abrazo!

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cuando dios abandona en el sufrimiento

¿por qué, por qué, por qué?

Si te preguntara si has tenido un encuentro personal con el sufrimiento y el dolor, seguramente responderías que sí.

Si preguntara si has experimentado algún dolor emocional como la pérdida de un ser querido o alguna otra pérdida personal como un cambio de proyecto de vida por divorcio o desvío de tu plan profesional, tal vez de nuevo responderías que sí.

Si te preguntara si te has encontrado con cualquier otra forma de dolor en el cual no encuentras sentido ni propósito, también, no dudo que asentirías.

Es en estos momentos de sufrimiento cuando nace una respuesta humana de preguntarnos POR QUÉ.

¿Por qué este dolor?

¿Por qué este sufrimiento?

¿Por qué a mí?

Sabemos que hay un dolor «positivo» en nuestras vidas: el dolor de sacrificar nuestra comodidad por horas de estudio, en pro de una mejor educación y éxito profesional; el dolor de ir al gimnasio y aguantar el ejercicio cardiovascular, levantamiento de pesas y el dolor durante las dos semanas siguientes con la esperanza de alcanzar mejor salud

Pero, ¿cuál es la respuesta al dolor para el cual no vemos ningún propósito, ante un sufrimiento que simplemente no podemos entender? Quizás en esos momentos oscuros de tu vida incluso has cuestionado a Dios. Es natural que muchas personas, cuando experimentan un dolor profundo, cuestionen la bondad de Dios, su amor, incluso su existencia.

Si Dios es todopoderoso, todo bueno y omnisapiente, ¿por qué no hace nada aquí y ahora por mi ser querido, por mí, en este dolor sin sentido?

En el Evangelio de hoy (Marcos 1, 29-39), se le pide a Jesús que cure a la suegra de Pedro [Después de todo, ¿qué buen hombre cristiano no le pediría a Jesús que cure a su suegra?]. Y lo hace, sin decir una palabra: la toca en el brazo y la levanta—todo en silencio. Después de este milagro, algunos escuchan que Jesús está en la ciudad y comienzan a traerle innumerables personas enfermas y poseídas, y Jesús las cura. A la mañana siguiente, Jesús está orando, y los apóstoles lo alertan de que todo el pueblo lo está buscando. Probablemente porque oyeron hablar de todos los milagros que realizó el día anterior y ellos mismos buscan ser sanados o liberados de los demonios que los oprimen. Es interesante la respuesta de Jesús. En lugar de bajar y curarlos a todos, dice:

“Vamos a ir a los pueblos cercanos
para que predique allí también
Pues para esto he venido” (Marcos 1, 38).

Parece que Jesús nos está dando una pista sobre un propósito más grande para el que vino, uno más grande que el sanar y exorcizar demonios. Jesús da una respuesta al sufrimiento humano que va más allá de una mera “solución milagro”. Volveremos a esto después.

El Señor me lo dió, el Señor me lo quitó – Job

La historia de Job, parte de los libros poéticos del Antiguo Testamento, habla del misterio del sufrimiento humano de una manera fascinante. Job es un hombre piadoso, un buen padre, un buen esposo y un buen trabajador. Dios lo ha bendecido con ganado y tierra, con una gran familia y una gran casa. La historia comienza con Dios expresando a Satanás cuán orgulloso está de su hijo, Job. Satanás sostiene que la única razón por la cual Job continúa exaltando y bendiciendo a Dios es porque Dios lo ha bendecido tanto. ¡Cualquiera bendeciría al dador de vasta tierra, de tanto ganado y de tan numerosa familia!

Satanás negocia con Dios: si me dejas tentar a Job, si eliminas esta barrera de protección que le tienes, verás cuán rápido te maldice. Yahvé acepta quitar Su protección en Job y le permite a Satanás tentarlo con sus posesiones, pero sin dañar a Job ni a su familia. Satanás mata a su ganado, le quita su tierra y su casa. Incluso rompe su promesa y mata, uno a uno, a los miembros de su familia. Puede que estés familiarizado con una de las frases que Job dice en esos momentos: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor”. (Job 1, 21)

Hasta ahora, Job ha sido fiel, pero Satanás regresa para la segunda ronda y está decidido a hacer que Job maldiga a Dios. Job ya ha perdido todo. Tanto sufrimiento comienza a afectar la vida de Job, tanto física como mentalmente. No puede dormir y cuando lo hace, no quiere levantarse de la cama. Job pasa «noches llenas de dolor, […] sin dejar esperanza […], con heridas supurando y cuerpo cubierto de gusanos.» Hasta decir: “Mi vida es un soplo, mis ojos no volverán a ver felicidad” (7, 7), —son las rumiaciones de un hombre que ha perdido toda esperanza y sentido en la vida; un hombre que ha sido consumido por la amargura de su dolor; un hombre que, con terminología de hoy, estaría clínicamente deprimido.

Entonces, tres de sus amigos aparecen y tratan de explicar el sufrimiento de Job.

Tal vez en realidad sí pecaste y simplemente no lo sabes

Tal vez no eres tan bueno como crees

Tal vez realmente merecías esto, de alguna manera

Quizás sí ofendiste a Yahvé

Job, sufrimiento, dolor
Job by Léon Bonnat (1880)

Job insiste en que su conciencia está limpia en todos los aspectos. Job lucha con estas preguntas, hasta incluso recurrir a Dios mismo y, en la antigua fórmula de una demanda penal, acusa a Dios de ser injusto y lo reta públicamente, llamándolo a juicio.

Y algo terrible sucede.

Dios aparece. Dios responde.

 

«Y respondió Yahvé a Job de en medio del torbellino, diciendo:

¿Quién es este que empaña mi providencia con insensatos discursos?

Cíñete, pues, como varón tus lomos. Voy a preguntarte para que me instruyas.

 

¿Dónde estabas al fundar yo la tierra? Indícamelo, si tanto sabes.

¿Quién determinó, si lo sabes, sus dimensiones?»  – Job 38: 1-5

Dios responde con un hermoso himno de la creación:

¿Puedes elevar tu voz a las nubes,

para que te cubran con un diluvio de aguas?

 

Puedes enviar los relámpagos a su camino,

para que te digan, “Aquí estamos”?

 

¿Quién da sabiduría al ibis,

y le da entendimiento al gallo?

 

¿Sabes cuándo nacen las cabras montesas?

o vigilas los dolores de parto de los ciervos,

 

¿Quién le dio libertad al burro salvaje

y quién ha soltado al asno salvaje de sus ataduras?

 

He hecho de la naturaleza su hogar

y la sal planifica su morada.

 

Él se mueve por las montañas para pastar,

y busca cada espacio verde.

 

¿Consentirá el buey salvaje en servirte,

o pasará las noches en tu pesebre? (Job 39: 1, 5-9)

¡Es el monólogo ininterrumpido más largo de Dios en toda la Biblia, con dos capítulos de largo! Pero si nos damos cuenta, Dios en realidad nunca responde, al menos directamente, a la pregunta de Job sobre por qué está sufriendo.

Dios nunca le dice a Job el trasfondo de la apuesta que tiene con Satanás. Entonces… las preguntas permanecen:

¿Por qué Dios permitió que Job sufriera?

¿Por qué Jesús no sale y cura a todas estas personas, sino que se muda a otra ciudad para predicar?

Si Él es un Dios amoroso y compasivo, ¿por qué no convierte su ministerio en sanar y curar a las personas para liberarlos de sus cargas y opresión?

 

¿qué diría una teóloga sobre este dolor?

Una teóloga contemporánea reflexiona sobre esta idea de cómo Dios responde al sufrimiento de Job, al compararlo con el sufrimiento de un niño enfermo:

Piensa en un niño con leucemia agresiva que está sufriendo el dolor de un trasplante de médula ósea y que quiere saber por qué su madre no lo ayuda y detiene el sufrimiento por el que está pasando, como podría hacerlo tan claramente al sacarlo del hospital. Su madre podría responderle explicando los beneficios del trasplante al darle una cuenta médica de los beneficios de la reconstrucción de la médula ósea sana. Ella podría decirle a su hijo que tiene un cáncer que afecta la sangre y que los principales productos sanguíneos son producidos por las células madre en la médula ósea: “Estamos eliminando algunas de tus células madre, clonando las sanas y volviéndolas a ingresar en tu sangre. Luego te inyectamos una serie de medicamentos citotóxicos que destruyen las células madre enfermas en tu médula ósea, pero también dañan las células de las membranas mucosas que se encuentran en la boca, el esófago y el intestino, y es por eso que tiene las llagas en tu boca, por eso es que estás vomitando…» Esta podría ser una buena respuesta, pero de nuevo, también podría no serlo.

¿Qué haría ese niño con toda esa información médica?

Un niño que se somete a un procedimiento médico tan doloroso puede sentirse al menos tan herido por lo que él interpreta como abandono por parte de su madre y la aparente indiferencia hacia su dolor y necesidad como cualquier cosa que le esté ocurriendo a sus huesos y membranas mucosas.

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¿No sentiría ese niño como si su madre, la mismísima persona que más lo ama, lo hubiera abandonado? O aún más, ¿que ella solo lo está viendo sufrir, sin intervenir de ninguna manera? Ella está aprobando este mal en su vida. Ella lo ha abandondonado. Lo ha traicionado.

En ese caso, la mejor respuesta -quizá la única respuesta que le hará sentirse amado- es que la madre le dé a su hijo una ‘experiencia en segunda persona’ para amarlo. Este puede ser el mejor medio en dichas circunstancias para mostrarle que ella solo lo está dejando sufrir para ocasionarle algo mejor que ella no podría obtener de una manera más fácil.

Y eso es exactamente lo que obtiene Job: una ‘explicación en segunda persona.’ En su monólogo, Yahvé le está diciendo a Job: mira las aguas, mira las nubes, mira los cimientos de la tierra, mira los cuerpos celestiales en toda su perfección, mira los caballos en su belleza y fuerza.

Si los veo a ellos, ¿cómo no voy a verte a ti?

Si estoy presente a las aguas que caen del cielo, si estoy presente ean las maravillas de mi creación, ¿cómo, Job, no puedo estar presente ante ti en tu sufrimiento?

La revelación de Yahvé es una revelación de presencia:

Te veo

Esto presente

En esta oscura hora de sufrimiento y cuestionamiento.

Estoy contigo

En nuestros momentos oscuros, como del niño, Él está presente—algunas veces, como Jesús con la suegra de Pedro, sosteniendo nuestra mano, en silencio.

¿Qué sucede con Job y su sufrimiento?

Después de este encuentro, [¡y sugiero que termines de leer la historia!], el corazón de Job se convierte, se ha fortalecido. “He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven” (Job 42, 5). Job ha «visto» a Dios—su amorosa presencia—con sus propios «ojos.» Más tarde vemos que Job termina siendo aún más bendecido, con incluso más tierras, más ganado, con una casa y una familia más grande. Pero lo vemos especialmente, con una experiencia más íntima de Dios, de su amor siempre presente, incluso en los momentos oscuros de su vida, escondido, en silencio.

El corazón de Job se ha fortalecido; su sufrimiento ha incrementado su capacidad de esperanza, su capacidad de creer y amar un bien mayor del que podía humanamente comprender.

Al igual que con Job, Dios también nos ve y está tiernamente presente. Y si nos esforzamos por ser fieles, como Job, también lo “veremos” con un corazón más fuerte y una esperanza más profunda. El sufrimiento no tendrá la última palabra.

Que María, al pie de la Cruz (que quizás se estaba haciendo las mismas preguntas: ¿Por qué a Él? ¿Por qué ahora? ¿Por qué así?), nos muestra cómo encontrar la presencia amorosa de nuestro Padre, especialmente en nuestros tiempos oscuros.

Que ella nos muestre el valor del sufrimiento, para que podamos encontrar el amor de Dios en la Cruz.

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urgencia de encontrar vida

 

El Nuevo Orden Mundial

Escuchando la primera lectura, imaginaba qué pasaría si Jonás viniera en nuestro tiempo, a Floresville, o a San Antonio, predicando este mensaje: en cuarenta días Floresville, San Antonio, será destruida.

Tal vez algunos se acercarían y le preguntarían: ¿dónde están las pruebas? Dame la evidencia de esa aseveración.

Tal vez lo arrestarían por perturbar el orden público, o tal vez lo demandarían por decir cosas políticamente incorrectas;

pero creo que la gran mayoría de la gente lo escucharía y no le daría importancia. Es un loco más caminando por aquí, dirían.

Cómo la sociedad de hoy entiendo la noción, la religión y la religiosidad, puede representar un serio problema. Algunas maneras de percibir la religón hoy en día son evidentes.

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Rembrandt – The Prophet Jonah before the Walls of Nineveh, c. 1655

La Religión como un hobby

Un peligro es que la religión se ha privatizado, y se ve como algo que nosotros hacemos cuando no tenemos otra cosa más importante que hacer. Algo privado que la gente hace detrás de las puertas cerradas de una iglesia o una sinagoga. La religión, la fe, se acaba convirtiendo en un hobby.

Hay gente que practica el golf,

Hay gente a la que le gustan las cartas,

Hay gente que cree que Dios se hizo hombre hace dos mil años.

El peligro de esto reside en que se crea una cultura según la cual hay muchas verdades, el relativismo; y no hay una sola que esté por encima de las demás. Todo es relativo, la verdad es relativa, está mi verdad, está tu verdad, y lo que es verdad para mi puede no ser verdad para ti. Esta tentación que querer conformar la realidad objetiva a mi interioridad subjetiva va incluso en contra de la ciencia. Podemos divariar en nuestras percepcines de la verdad y tener opiniones sobre ella; pero la Verdad sigue siendo singular. Basta con que leamos el credo para ver que lo que el cristianismo asegura son verdades absolutas: hay un solo Dios, que se hizo hombre por nuestra salvación, resucitó de entre los muertos para la salvación eterna.

A veces nos sentimos incómodos al vivir nuestra fe fuera de la iglesia, en nuestro ámbito de trabajo, con nuestros amigos y nosotros mismos acabamos privatizando nuestra fe a algo que hacemos una hora a la semana. ¿Cómo vivimos nuestra fe en esos momentos? Es una fe maravillosa la que tenemos, y mientras muchas religiones intentan buscar a Dios, en el cristianismo Dios nos ha buscado a nosotros. No solo por medio de la encarnación, sino día a día, Dios te busca a ti, Dios me busca a mí. Estira la mano.

 

Una Religión de Peluche

Otro peligro de nuestros días es que hemos domesticado a Dios. Hemos creado esta figura de un Dios que es todo amor, pero a nuestra medida – porque ciertamente no sería el Dios de la Biblia. Un Dios buenecito, un Dios de peluche, un Dios que apoya todo lo que hago, aprueba todo lo que digo, incluso aquellas cosas que me lastiman a mí mismo. Incluso en las acciones pecaminosas que me lastiman, Dios me quiere muchísimo, él me perdona, él «sabe que soy bueno» (habría que preguntarnos qué es lo que hace que una persona «sea buena») no pasa nada.

Es cierto que el Dios de la Biblia es un Dios que es amor, pero también es cierto que el Dios de la Biblia pide conversión, conversión de corazón. No es un Dios que justifica toda nuestra vida para hacernos sentir bonito con nosotros mismos. El Dios de la Biblia nos reta a la conversión, una conversión profunda de corazón.

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Y Es URGENTE Que Encuentres Lo Que Buscas

Seguramente ya se habrán dado cuenta de los muchos temas que hay en las lecturas de hoy, pero el tema predominante es el arrepentimiento, la conversión. Lo vemos en Jonás, que va a Nínive proclamando este mensaje de conversión, y los ninivitas se convierten. San Pablo también habla de la conversión, y Jesús, en el Evangelio.

Pero hay otros temas. Está el tema del tiempo; y las tres lecturas hablan de ese «tiempo» que ha llegado. Está también el tema de la urgencia-no solamente ha llegado ese tiempo, sino que además es urgente, hay algo imperativo, hay algo urgente a lo que tenemos que responder.

Vemos la urgencia en Jonás, «En cuarenta días Nínive será destruida» (Jon 3, 4). Vemos la urgencia también en Pablo, en la segunda lectura:

«Hermanos les quiero decir una cosa, la vida es corta,.
por lo tanto, conviene que los casados vivan como si no lo estuvieran [¡No lo tomen literalmente, eh!],
los que sufren, como si no sufrieran;
los que están alegres, como si no se alegraran;
los que compran, como si no compraran;
los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran de él.
Porque este mundo que vemos es pasajero, se va a acabar«. Cor 7, 29-31

¿Por qué este hombre inteligente-cultivado en su tiempo, en griego, en la cultura hebraica, en la Ley-habla de tanta urgencia?

Es que parece que para Pablo, y para nosotros, el mundo presenta un itinerario.

El mundo nos dice, «Mira, esto es una vida exitosa y feliz

Naces,

tienes tus baby showers,

juegas fútbol,

te gradúas,

aceptas tu primer trabajo,

te casas,

tienes hijos,

te jubilas con mucho dinero,

tienes nietos,

y te mueres.

Pero lo que Pablo refleja en sus textos, lo que el Evangelio refleja, es una visión diferente. Porque si la vida se acabara con la muerte, si esta es nuestra única vida, entonces sí, hay que gozarla lo más que podamos; viajar todo lo que podamos, conocer a todas las personas que podamos conocer, todo el placer que podamos tener, hay que tenerlo; y el dinero, todo el dinero que podamos conseguir para sustentar ese estilo de vida, hay que conseguirlo, porque se nos acaba la vida. Y si tu esposo o tu esposa no te hace sentir felicidad búscate a otro u otra, porque la vida se acaba y no puedes morir infeliz. Pero el sentido de urgencia del que habla Pablo, del que habla el Evangelio, es que esta vida no se acaba en la muerte; que todo lo que hacemos en la vida trae la plenitud de la vida que vendrá, una vida más llena, más plena.

Aquí es donde llega la urgencia de Jonás, de Pablo y de Cristo, que hay muchos que mueren sin darse cuenta que

Tal vez las cosas a las que tan obsesivamente les das importancia ahora, no son tan importantes. Vivir como si solo estas cosas pueden darle sentido a mi vida, es angustiante.

La urgencia de Pablo y de Cristo nos gritaría: ¡Date cuenta de que hay una vida más plena, hay algo nuev!».

Cuando se elige a un nuevo presidente, o un Papa incluso, cuando se elige a una figura pública, en su primer discurso público, habla de sus prioridades, de cómo va a ser su mandato. Entonces, si el presidente o esta figura pública habla de la creación de trabajos o de política pública, si enfoca a los pobres, eso nos hablará de la dirección de todo su mandato. ¿Cuáles habrán sido las prioridades de Jesús?, ¿Cuál fue su primer «discurso público» que marcaría las prioridades de su misión?

Las escuchamos en el Evangelio de hoy. El Evangelio de Marcos es el evangelio más corto,  pero es el más antiguo también. De ahí salen fuentes que sirvieron para escribir el Evangelio de Mateo y el Evangelio de Lucas. Las primeras palabras de Jesús son estas justamente:

«Se ha cumplido el tiempo, (de nuevo el sentido de urgencia)
y el reino de Dios ya está cerca
arrepiéntanse y crean en el evangelio.»
(Mc1, 14-15).

Otras traducciones dicen: «el reino de Dios ya está aquí» o «El reino de Dios está entre ustedes» Otra forma de verlo es: el reino de Dios te está mirando a la cara, hablándote ahora.

El reino de Dios ya está cerca, estas son las primeras palabras de Jesús, y luego, los dos verbos: arrepiéntanse y crean en el Evangelio. Esta palabra, arrepiéntanse, en griego metanoiate, es algo más que un simple pedir perdón, palabra que tanto trivializamos hoy en día.

 

Arrepiéntete y Cree

Metanoia significa cambia tu manera de pensar, transformar tu mente a una manera nueva de ver la vida misma, porque hay algo nuevo aquí, algo que ya llegó, y tu mente tiene que acoplarse a esa novedad.

Muchos teólogos han escrito sobre qué habrá querido decir Jesús con este «reino de Dios». Lo que sabemos es lo siguiente:

es algo nuevo, algo que no estaba antes de Jesús,

es algo que ya está aquí

es de Dios

Este mensaje de Cristo es revolucionario porque, como dije anteriormente, si nuestra vida se acaba en la muerte, ahí quedó todo, no hay nada más que hacer. Pero si no acaba en la muerte, las tragedias que nosotros pensamos que son tragedias realmente no lo son: el sufrir una enfermedad, el dolor, realmente no son cosas tan trágicas si las vemos a la luz de este mensaje de Cristo. Ni siquiera la muerte será la tragedia última. Es un nuevo orden mundial que ha comenzado ya.

En lugar de vivir de acuerdo con el itinerario que el mundo nos presenta, en lugar de trabajar para vivir sabiendo que vamos a morir, Cristo nos invita a vivir de acuerdo con este nuevo orden. Yo creo que el sentido de urgencia está justo en esto: mucha gente muere, incluso cristianos, tal vez hasta católicos,  no se da cuenta de esta novedad, de este nuevo mensaje. Mucha gente pierde la vida sin darse cuenta de cuán rica y plenamente pueden vivirla, con plenitud.

Realmente se trata de cristificar tu vida, de cristificar todo lo que eres,

tus pensamientos sean los pensamientos de Cristo Jesús;

de que tus palabras sean las palabras de Cristo Jesús.

Tus obras,

tu familia,

tu sexualidad,

tu trabajo,

tus amigos,

Todo lo que tú eres que se cristifique, que se convierta en Cristo Jesús.

Entonces nos daremos cuenta del increíble, rico mensaje, que es vivir de acuerdo con el Reino de los Cielos, que ya está aquí. Con razón lo predijo con tanta urgencia.

El segundo verbo el discurso público de Jesús: cree.

Si nuestra fe es sincera, si nuestro creer es sincero, eso transforma nuestra vida. Los ninivitas creyeron y adoptaron una nueva manera de ver, metanoia. Si te dijera: el mundo se va a acabar en dos horas y te explico por qué, eso va a cambiar tu vida. Tú me crees y eso cambia tu vida. Si tú crees en el Evangelio, eso va a cambiar tu vida también. Va a cambiar tus relaciones, tus amistades, cómo te ves a ti mismo, cómo ves a los demás, cómo ves a tus enemigos.

Es esto lo que estamos llamados a cristificar, por obra de la gracia de Dios, todo lo que somos. Arrepentimiento y creencia, «arrepiéntete y cree».

Por último, el Evangelio habla también de cómo llamó Jesús a sus primeros apóstoles, sus discípulos. Los llamó cuando estaban haciendo lo mismo que siempre hacían, estaban pescando. Los llamó para que hagan lo mismo que siempre hacían: pescar. Pero les cambió la misión: ya no pescan peces, ahora pescan hombres. De igual manera, Cristo Jesús nos llama justo en donde estás: en tu trabajo, en tu familia, en tus amistades, pero para tener una visión más plena, infinita, de transcendencia, algo que la muerte no te puede quitar.

¿Cómo sería tu vida, cómo sería mi vida, si no viviéramos con miedo? Si no viviéramos con miedo a la muerte, a la enfermedad, a una tragedia, al dolor. ¿Cómo sería nuestra vida? A eso nos llama Jesús, a sobreponernos al miedo a la muerte, al dolor, sabiendo que hay esa plenitud que es el reino de los cielos ya presente entre nosotros.

Dice San Ireneo, uno de los Padres de la Iglesia

Gloria Dei est homo vivens,

La gloria de Dios es el hombre vivo.

Podríamos decir, La gloria de Dios es el hombre plenamente vivo. Lleno de vida en todo lo que tú eres; algo que trasciende las puertas de la iglesia y lo privado de la religión de hoy en día; algo que se vuelve evidente, lógico, obvio, nuevo en tu vida.

Los primeros cristianos lo entendían muy bien. Entendían que el reino de los cielos, el reino de Dios ya está aquí. Ellos estaban dispuestos a ir a otros países, a ir a otros pueblos, y a que los mataran predicando la novedad de este mensaje. Estaban dispuestos a derramar su sangr, convencidos de que, «No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Ellos estaban dando sus vidas por este nuevo mensaje, claro que dejaban el pellejo.

Es esa plenitud de vida, llenos de vida es como Dios nos quiere, y como Cristo nos llama a vivir su santa Palabra Escrita (Sagradas Escrituras) y en Misterio (los Sacramentos), a responderle con ese sentido de urgencia.

Que la Virgen María nos ayude a abrir nuestros oídos, a abrir nuestro corazón a este sentido de urgencia, a reconocer el reino de Dios ya presente entre nosotros. Que ablande nuestro corazón para el arrepentimiento y que le pidamos perdón para poder creer más plenamente.

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discernimiento, voluntad de dios, y conocer al papa

Obediencia y Libertad

Escuchamos en la primera lectura que los caminos de Dios no son los caminos del hombre, que lo que nosotros creemos que puede ser lo que necesitamos, puede no ser lo mejor. Aunque no lo parezca, es la voluntad de Dios en nuestras vidas es lo que realmente nos hace felices.

Obediencia‘ es una palabra que no utilizamos muy frecuentemente hoy en día, tal vez porque pensamos que una persona obediente es una persona que ha perdido la libertad, entregándola ciegamente a los antojos de otra persona.

Es cierto, ofrecer nuestra libertad y juicio a un hombre o una mujer puede esclavizar; lo hemos visto a lo largo de la historia. Sin embargo, a diferencia de con el hombre, la obediencia a Dios siempre nos libera.

“Los caminos de Dios no son tus caminos” (Is 55,8). Vemos en la segunda lectura, cómo Jesús mismo obedeció hasta la muerte, una muerte en la cruz. Nos mostró cómo el camino del cristiano es un camino de darse, de entregarse, no de acumular ni de poseer.

Lo vemos también en el Evangelio sobre los dos hijos, uno que dijo que haría la voluntad de su padre y no la hizo, y otro que dijo que no lo haría y sí la acabó haciendo. Cada uno de ellos habrá pasado un periodo de discernimiento, de pensar qué será lo mejor a él mismo y para su papá. El primer hijo tal vez dijo, «Mi padre necesita ayuda. Allí estaré»; pero luego, pensándolo bien, reflexionó y se dio cuenta de que ha sido una semana difícil, que no ha comido, está cansado, y acabó por no ir. Tal vez el segundo hijo pensó lo contrario: «estoy cansado, ya no me queda energía, no he comido, no he visto a mi familia; no puedo ir». Después de reflexionar, pensó: «aunque mi otro hermano también vaya a ir, o por lo menos eso dijo, voy a ir a echarle una mano a mi padre», y se apareció, cumplió la voluntad del padre.

En este pensar, ¿qué es lo que Dios quiere?, es  fácil discernir lo bueno de lo malo en nuestra vida: «no mato, no robo, no lastimo», eso es muy fácil. Pero es más difícil discernir lo bueno de lo mejor, o lo mejor, de lo óptimo. No es fácil discernir la voluntad de Dios en nuestras vidas. Más de una vez te lo has planteado, «¿qué quiere Dios en esta situación?, ¿cómo encaja la obediencia de Jesús a su Padre en mi vida, en estas situaciones concretas?»

 

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Discernir Entre Dos Bienes

Cuando estaba en el seminario, a mitad del proceso de formación, me encontraba discerniendo lo mismo, pensando, «¿será el sacerdocio lo que Dios quiere?, ¿o será el sacerdocio un antojo en mi vida, algo que yo quiero, que a mí me gustó?  Tal vez lo mío será la vida matrimonial: casarme, ser padre de familia, tener un buen trabajo, formar a mis hijos. Tal vez es eso lo que Dios quiere».

Me encontraba luchando con estos pensamientos y hablé con un amigo que vive en Roma, y le conté mis dudas, sobre lo que estaba pensando y rezando. Me dijo «¿por qué no te vienes a Roma unos días?» Respondí sarcásticamente, «¿así no más, me echo una vuelta para saludar?», y replicó, «Consigue el dinero para el vuelo y yo te pago hospedaje y comida», —»Ah, bueno, ¡así sí me la pienso!».

Tomé el vuelo, llegué a Roma. Me recogió en el aeropuerto y tomamos un taxi hacia la ciudad. Le pregunté, «¿dónde nos vamos a quedar?», y respondió «ya verás, no te preocupes». A lo largo del viaje tenía mi pregunta como telón de fondo: «¿cuál es la voluntad de Dios para mí?, ¿sacerdote, hombre casado, religioso… qué será?»

Llegamos al centro de Roma, entramos a la basílica de San Pedro y fuimos entrando por puestos de la Guardia Suiza, que nos fueron saludando según íbamos pasando, hasta que llegamos a Casa Santa Marta, donde el Papa Francisco se hospeda actualmente.

El Papa estaba en el segundo piso y yo estaba en el quinto piso. Entonces, por cuatro días, literalmente yo estaba por encima del Papa. Claro, hice lo que creo que cualquier persona haría: si tú estás en el quinto piso y el Papa está en el segundo piso, te vas por las escaleras, siempre. Uno nunca sabe. El guardia suizo me llegó a conocer tanto que ya escuchaba mis pasos y me invitaba a seguir bajando, sin parar a amarrar mis zapatos en el segundo piso.

Tuvimos una celebración de navidad el 11 de diciembre, en las vísperas de la Virgen de Guadalupe.  Estábamos platicando con gente, era un evento público, y le dije a mi amigo «¿sabes qué?, yo estoy cansado, me voy a regresar». Comencé a rezar el rosario de camino a casa. Llegué a Casa Santa Marta, me dije a mí mismo: Bueno, voy a acabar de rezar en mi cama. Estoy muy cansado, y una pequeña voz en mi interior me susurró: oye, ¿y si lo rezas en la capilla? Acábalo en la capilla, mañana es el día de la Virgen.

Entro a la capilla…

oscura…

lo único iluminado era el Santísimo y la vela del Santísimo…

completamente sola…

excepto por una figura vestida de blanco en la segunda butaca, orando.

Por supuesto, me senté. Acabé mi rosario. Empecé un segundo rosario. Terminé ese rosario y empecé a rezar el breviario. Me doy cuenta que el Papa se levanta y empieza a caminar poco a poco hacia la salida. Claro, yo estaba rezando, con la mirada en el Santísimo, “sin ninguna idea de lo que pasaba a mi alrededor”. Luego, de reojo me doy cuenta de que esta figura de blanco empieza a caminar hacia mí. Hasta que hay un momento en el que tengo que voltear y poner mi cara de sorpresa (¡Ah, su Santidad!, ¿está ahí? No lo había visto en esta capilla completamente sola y vestido de blanco). Me pongo de pie y le digo: «Su Santidad, es un gusto conocerlo. Mi nombre es Jorge Campos, soy seminarista. Si Dios quiere me ordenaré diácono el próximo año y quiero pedire sus oraciones».

 

Alegría

Lo primero que me impactó al ver al Papa fue que tenía esa imagen del Papa como un hombre naturalmente risueño, alegre; tal vez, incluso ingenuamente risueño, por las fotografías que veía, las noticias; un hombre naturalmente inclinado a la alegría. Cuando lo vi, su rostro caído de cansancio, totalmente exhausto, sin sonrisitas. Me di cuenta de que para ese hombre, para ese discípulo de Cristo, la alegría era una decisión de vida; era una elección, era algo que él continuamente escogía. Pudo elegir una forma de vida preocupada, triste o ansiosa, pero escogía continuamente la alegría.

«Su Santidad, quisiera pedirle dos cosas: la primera es que, como mañana celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, sería un honor para mí que me invitara a acudir a su misa».

«Sí, sí, sí, ¿cómo te llamas?«

«Jorge Campos»

«Muy bien, yo te apunto, ven. ¿Y la segunda?«

«Quiero tomarme una foto con usted»

«Bien, mañana, después de Misa» Después señaló a la banca y me dijo: «reza por mí«. Le contesté, «Su Santidad, rezo todos los días por usted. Gracias por sus mensajes, gracias por todo lo que dice, y gracias por todo lo que hace». En ese momento sí se rió, y lo que respondió fue para mí un golpe al estómago. «Gracias por todo lo que hace», y añadió, «y que Dios me perdone por todo lo que no hago».

Eso lo guardé, lo guardé en mi discernimiento, en mi oración. No por miedo a que Dios me vaya a juzgar, no por miedo a que lo que yo haga nunca vaya a ser suficiente; sino porque a veces nosotros pensamos que somos buenas personas por lo que no hacemos, «yo no mato, no robo, no miento, yo soy una buena persona». Lo que nos hace buenas personas es responder a la voz del Padre, que nos reta, que nos llama a hacer el bien, no a no hacer el mal, a construir el reino de Cristo.

Conciencia

Escuchamos la voluntad del Padre en nuestra conciencia, buscando formarla cada vez más. Es una responsabilidad que tenemos, formar nuestra conciencia; porque si no respondemos y no actuamos según nuestra conciencia, la siguiente vez que nos hable lo hará en voz más baja, todavía más suave, más suave, y cada vez resultará más difícil hacer el bien; o, desde una perspectiva positiva, según más actuamos en conciencia, más fácil será hacer el bien. Es una gran responsabilidad escuchar a la conciencia, escuchar la voluntad de Dios.

Escuchen lo que dice la Iglesia sobre la conciencia:

«en lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se da a sí mismo, para la cual debe obedecer, y cuya voz resuena cuando es necesario en los oídos de su corazón; advirtiéndole que debe amar, practicar el bien y evitar el mal, ‘’Haz esto, evita esto’’; porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana, y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo» –Catecismo de la Iglesia Católica 1776.

Para formar bien nuestra conciencia, hay que leer las Sagradas Escrituras, hay que orar, hay que consultar las enseñanzas de la Iglesia; porque muchas veces podemos utilizar nuestra conciencia para justificar nuestro mal camino. «Es mi conciencia, a mí me lo dice así, ¡tengo que seguirla!» Más bien, será tu conciencia mal-formada, tu auto justificación que habla.

Para formar nuestra conciencia, este espacio sagrado donde Dios habla, hace falta sinceridad. Dios mío, ¿estoy buscando mi camino, o estoy buscando tu camino? “Tus caminos no son mis caminos,” dice el Señor.

Vamos a pedirle a la Virgen María que nos enseñe a escuchar la voz de Dios en nuestra conciencia. A obedecer, y a actuar con la alegría de que somos portadores del mensaje de Cristo, de que seguimos a Aquel que es la Vida.

P.D. No pude resister tomar una foto en la capilla. Al verla, no te olvides de orar por el sucesor de Pedro, por nuestro Santo Padre y su ministerio.

 

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¿por qué perdonar?

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¿por qué perdonar?

Hace 36 años hubo un intento de asesinato en contra del Papa Juan Pablo II. Algunos de ustedes incluso se acordarán de aquello. Después de haberse recuperado, el Papa visitó la prisión donde estaba Mehmet Ali Agca; y el día de Navidad se reunió con quien lo quiso asesinar. Durante 20 minutos, en una celda oscura, el Papa, vestido de blanco, habló con él en voz baja para que no pudieran escucharlos. Y después de la junta, el Papa salió y sus primeras palabras fueron:

He hablado con un hermano a quien he perdonado.

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La semana siguiente, la revista ‘’Times’’ publicó en primera plana: «¿Por qué perdonar?».

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¿Por qué perdonar? Una pregunta que nos hemos hecho por siglos. ¿Por qué la venganza no es el camino? ¿Por qué es necesario perdonar?

Tres meses después del atentado del 11 de septiembre, el Papa Juan Pablo II habló en la Jornada Mundial por la Paz y dijo que no puede haber paz sin justicia, pero no puede haber justicia sin perdón. Nosotros podemos entender fácilmente la primera oración, para que haya paz tiene que haber justicia; pero la segunda nos puede incomodar un poco. Solamente con reconciliación, con perdón, puede existir la verdadera justicia, porque si no se deforma en venganza.

He hablado con un hermano a quien he perdonado. El mensaje de hoy en las Escrituras es justamente ése, el perdón. Escuchemos las primeras palabras de la primera lectura: «cosas abominables son el rencor y la cólera, sin embargo, el pecador se aferra a ellas» (Eclo. 27, 33).

Qué difícil es vivir este aspecto del mensaje de Cristo, el perdonar. Pedro mismo, en el Evangelio lucha contra esta idea: «Señor, muy bien, perdonamos pero, ¿cuántas veces?».

¿por qué perdonar?

Hay un documental que va a salir en unas dos semanas, lo he estado escuchando en un programa de radio, de noticias, sobre la guerra de Vietnam. Por diez años han estado elaborando el documental y por fin lo van a estrenar. Platicaban cómo la preocupación de algunos es que aquéllos que fueron a la guerra de Vietnam vean el documental y por el estrés, por el síndrome de estrés postraumático, revivan aquellas situaciones dolorosas, traumáticas. Entonces, entrevistaban a varios veteranos de guerra y les preguntaban cuánto les ha afectado y cómo luchan contra el PTSD.

Uno de ellos, hablando sobre su experiencia, dice:

Mira, después de años de terapia y oración, he descubierto que no es lo mismo recordar que revivir. Y es que al principio revivía, mis dolores y traumas una y otra vez–mis sufrimientos, las muertes que veía. Pero ahora, puedo recordar sin revivir.

¿Por qué perdonar?

«Cosas abominables son el rencor y la cólera, sin embargo, el pecador se aferra a ellas» Cuando nosotros recordamos, o más bien, revivimos las ofensas que otros nos han hecho, ¿a quién estamos lastimando? Dicen que el resentimiento es un veneno que nosotros mismos bebemos, creyendo que así vamos a lastimar a otro. Vemos que no puede haber verdadera justicia si no hay perdón de corazón.

No hay que malentender el perdón. Vivir una vida de perdón no significa vivir una vida de abuso, o una vida de injusticia. Juan Pablo II no aprobó el intento de asesinato al visitar al que lo ofendió. Nosotros debemos luchar en contra del abuso en todas sus formas y contra la injusticia, pero ya que la ofensa fue dada, tenemos dos opciones: o aferrarnos a ella, o soltar, encontrar paz en el perdón.

El Evangelio lo dice muy claramente. Aquel siervo que no perdonó a quien le debía muy poco, cuando él mismo había sido perdonado por el rey de su gran deuda, y aún así no supo perdonar.

¿Por qué perdonar?

Nosotros no perdonamos porque la otra persona merezca perdón, eso no lo sabemos. Eso es algo entre él y el Padre. ¿Por qué perdonar?

Porque tú mereces paz, la paz de Cristo. Como hijo, como hija de Dios, el perdón es el único camino de la libertad; o te «aferras» a la ofensa o te entregas a la libertad que da Cristo.

Es esta apertura, el «por fin soltar», que abre paso a la sanación.

Hay un momento específico en el Evangelio donde el Maestro tuvo que perdonar, un momento en el que Jesús tuvo que elegir por no aferrarse al enojo y a la cólera, y soltar. Ese momento es en la cruz. Vemos a Jesús extendido, con los brazos abiertos, no aferrándose a nada, a ningún odio, a ningún resentimiento. Él, que es el único justo, el único santo, tuvo que perdonar: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc, 23,34).

¿Te has preguntado por qué las llagas quedaron en el cuerpo resucitado de Jesús? Las llagas seguían ahí. Jesús «recordaba sin tener que revivir.» Jesús había perdonado, había soltado nuestra culpa; y lo mismo nos invita a hacer a otros, a nosotros, porque ese es el único camino de la libertad espiritual: el perdón, la misericordia. ¿Es un camino fácil? No.

Todos lo sabemos, todos hemos sido lastimados u ofendidos por alguien, y todos tenemos la opción de seguir reviviendo el dolor y el sufrimiento o empezar a abrirnos a la sanación, que es el perdón.

El perdón comienza con una decisión: elijo perdonar, elijo que este dolor y este sufrimiento no gobiernen mi vida, como lo hizo el Maestro en la cruz.

Eso lo podemos renovar cada vez que venimos a misa y hacemos presente su mismo sacrificio. Que nuestro Señor y Maestro nos enseñe a perdonar, como él perdonó.m

Había otra figura también a los pies de la cruz, que tuvo que perdonar. Esa es María. María perdonó a todos aquellos que le estaban arrebatando a su hijo; a todos aquellos que estaban matando al inocente, al santo. Que María también nos enseñe a perdonar.

 

 

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quién dice la ciencia y la sociedad que yo soy?

El tema recurrente en la sagrada liturgia en el día de hoy, en las lecturas, es el tema del Poder.

Escuchamos al profeta Isaías describir como hay alguien más poderoso que los gobernantes de la Tierra. Seguramente recordamos cuando Jesús está frente a Poncio Pilato, y Pilato, queriendo demostrar la fuerza de su poder, le dice: «¿es que no sabes que yo tengo el poder de darte muerte?» (Jn 19:10). Es este poder humano que a veces puede ser aterrador al querer imponerse ante todo. La respuesta de Jesús ante Pilato no se deja esperar: «No tendrías ningún poder si no te fuera dado de lo alto» (Jn 19:11).

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Munkacsy, Cristo frente a Pilato, Déri Museum, Debrecen

Hay también otro poder que hemos experimentado todos en esta semana. En menos de una semana hemos experimentado un eclipse solar, cómo la fuerza de la naturaleza mueve los astros y hace opacar la luz; y hoy mismo, ayer, la fuerza de las lluvias torrenciales, el huracán Harvey; el poder de la naturaleza. Este poder también puede imponer.

Tal vez recordarán que hace unas semanas hablamos del Evangelio de Pedro, que se hunde ante el miedo a la tempestad, los vientos y las olas. Es este poder que nos llama a creer, a ver que hay un poder más grande, más sublime, un poder en lo alto, una presencia santa que nos está buscando a lo largo de nuestros días, que anhela ser encontrada por nosotros.

Hoy Jesús les pregunta a sus apóstoles: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?»…¿qué andan diciendo por ahí sobre mí? Pedro es el primero en responder: «Eres el Mesías, el Hijo del Dios Vivo». Ante esta respuesta, Jesús le dice: «Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.»

Lo interesante es que Pedro sólo descubre quién es él mismo, Pedro, y su misión en la Iglesia cuando responde a la pregunta de quién es el Hijo del Hombre para él.

Me parece que la misma pregunta nos puede hacer Cristo Jesús, en estos días: «¿quién dice la gente que es el hijo del hombre?»

Jesús, unos dicen desde la Ilustración y de otros movimientos sociales y psicológicos, que tú eres sólo una idea que nos inventamos nosotros, los hombres, para lidiar con la realidad de la muerte.

Jesús, la ciencia, centrada en su método, dice que no hay evidencia para creer en tu mensaje, que no hay motivos para creer en la vida después de la muerte, en la resurrección, o en el alma.

Jesús, unos dicen que obras milagros en sus vidas cuando la gente acude a ti; que eres un Señor milagrero, y que logra en aquellas personas lo que ellos no pueden conseguir por sí mismos.

Jesús, mi sociedad, mi escuela, mi trabajo, mi familia, mis amigos dicen que tú eres una creencia entre tantas otras. Una creencia más entre el budismo, el islam o el yoga, que yo puedo escoger como menú, según me haga sentir mejor.

Mas luego Jesús vuelve su mirada hacia ti, su mirada penetrante y amorosa, y te dice:

«¿pero , quién dices que soy yo?»

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jesús llamando a la gente perros, y el silencio de dios

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No sé si han tenido la oportunidad de experimentar un eclipse solar, pero cuando sucede especialmente en el eclipse total, todo se oscurece. Los grillos comienzan a tocar, los gallos, los perros se ponen nerviosos, toda la naturaleza responde, es increíble. Ahora que vamos a tener el eclipse solar, podemos preguntarnos ¿Qué dice la biblia sobre la Creación? ¿Es que Dios creó el mundo literalmente en siete días? ¿Siete días? La Iglesia nos advierte de tomar una interpretación demasiado literal de la Biblia. Después de todo, si no existía el sol, si no existía la tierra, no existían los días. Entonces, en esta ocasión, tal vez la palabra día se utiliza más en sentido figurativo para hablar de estaciones, temporadas, incluso tiempos de evolución. Hay otros pasajes que se inclinan más a una interpretación literal, como cuando Jesús expresa el misterio de su cuerpo y de su sangre y, al hacerlo, pierde casi todos sus discípulos.

Las Sagradas Escrituras tiene una riqueza de sentidos para expresar misterios más profundos.

   Sentido literal, ¿qué sentido tienen las mismas palabras?

   Sentido alegórico, ¿qué sentido más profundo está ‘oculto’ en el texto?

   Sentido moral, ¿cómo afecta mi vida?

   Sentido anagógico, ¿qué nos dice sobre el fin y sentido de nuestra vida?

 

Texto sin Contexto es Pretexto

Bueno, en el evangelio de hoy Jesús dice unas palabras que parecen muy duras, ¡le está llamando perros a una mujer no judía! Es necesario entender el contexto histórico para ver qué es lo que Jesús quiere expresar.

Jesús acaba de multiplicar los panes y está enseñando en parábolas, explicándolas. Se retira a la región de Tiro y Sidón, cruza el distrito. Jesús ya no está en casa; ahora está en el extranjero. Se le acerca una mujer cananea y le pide un milagro. Ahora, en aquellos tiempos,  los Gentiles, todos los no-judíos eran considerados impuros. No necesariamente despreciables ni odiados, pero impuros, porque no habían sido escogidos por Yahveh como lo habían sido el pueblo judío. Comienza la mujer con su petición: ¡Señor ten piedad! ¡Señor, concédeme este milagro! Y llama la atención que Jesús no le dice ni una sola palabra; parece ignorarla. Jesús se queda callado. Meditando en este pasaje, san Agustín decía que más que un sentido literal, este pasaje tiene un fuerte sentido espiritual.

¿Cuántas veces no pasa en tu vida y en mi vida que nosotros rezamos a Dios por algo que nosotros creemos que necesitamos, con fuerza y convicción y parece que no nos escucha? O peor aún, que se queda callado y no nos responde.

El santo decía que lo que Jesús estaba buscando hacer con esta mujer era provocar su fe, estimular su corazón para que, por medio de la insistencia y perseverancia, crezca. Esta insistencia es necesaria para que seamos capaces recibir aquello que estamos pidiendo, si conviene para nuestra salvación.

La respuesta de Jesús es desconcertante: «No he sido enviado sino a las ovejas perdidas a la casa de Israel». La mujer, de nuevo «No es justo tomar la comida de los niños y dársela a los perros.» ¡Qué frase tan dura!

 

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Jean Germain Drouais, Cristo y la mujer cananea, Louvre, 1784

Salvación por el pueblo judío

Pero volvemos a la misma frase, ¿Cómo es que Jesús les llama perros a los extranjeros? Para entender esto debemos volver al contexto. Hay que recordar que Jesús era un hombre judío con una cosmovisión judía, con una manera de pensar judía, con un vocabulario judío. Y los judíos en aquellos tiempos llamaban «perros» a quienes no compartían de sus creencias, a los gentiles. Pero algo que llama la atención es que no utiliza lo la palabra común de «perro» sino una palabra en griego que se traduce mejor como «mascotas del hogar» (o «perrito»). Entonces, como usa Jesús el término, no es despreciable, no se refiere al perro callejero que no se deja entrar a la casa, sino a aquellos que tienen amos que cuidan de ellos y forman parte de un hogar, aunque no plenamente. Vemos cómo Jesús presenta cierta familiaridad, tal vez para seguir provocando diálogo e insistencia. Ante la gran respuesta de la mujer que «los perritos también comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos,» Jesús no sólo se deja ganar en la negociación sino que reconoce la grandeza que ya ha alcanzado su fe.

Dinámicas de la gracia

Bueno, si la salvación vino a nosotros por medio del pueblo judío, por medio de un hombre judío, así es entonces como actúa la gracia. La gracia en nuestras vidas en muy pocos momentos será dada de golpe, como San Pablo que se cae en el camino. En pocos momentos de nuestra vida Dios se comunica de manera tan evidente. Amando nuestra libertad, la gran mayoría de veces utiliza instrumentos, situaciones, personas. Tal vez nos llama la atención cómo vive esa persona su fe, o nos edifica la alegría que cierta persona mantiene en medio de tantos sufrimientos; tal vez inspira la capacidad de compasión que vemos en alguien, su convicción, su sentido de paz. ¿No son estos momentos de gracia, Dios comunicándose?

¿Quieres incrementar tu fe? Compártela. ¿Quieres experimentar el amor de Dios? Comparte tu fe con tus hijos, con tu esposo, tu esposa, tus colegas. ¿Quieres darte cuenta de la misericordia profunda del padre celestial? Compártela con tus colegas.

El cristianismo es un mensaje vivido, encarnado. Compartir nuestra fe no comienza con una serie de decretos y dogmas, queriendo inducir magisterialmente en el camino de la verdad a quienes nos rodean. Comienza, más bien, con una historia personal, como el apóstol Andrés que llevó a si hermano, Pedro, a Jesús. Déjame mostrarte a quién encontré. Quiero compartirte lo que el mensaje de Jesús de Nazaret ha hecho en mi vida. Déjame enseñarte cómo la misericordia del Padre me ha transformado.

San Ignacio nos recomienda no irnos a dormir, ni un solo día, sin examinar y reconocer la presencia que Dios tuvo en nuestras vidas ese día. ¿Cómo te habló? ¿A quién le das gracias? ¿Qué te dio paz? ¿Qué te quitó la paz? Sólo en el reconocer la gracia de Dios día tras día la vamos experimentando, la vamos haciendo presente. El regalo de la fe no es para que sea acumulada, ahorrada. Si no compartimos nuestra fe, ya se está pudriendo. Si no compartimos esa gracia, la alegría del evangelio de Cristo, ya se está echando a perder. El espíritu tiene que fluir, fluir de las iglesias a nuestra cotidianidad: tu lugar de trabajo, tu vida familiar, para que nosotros seamos ese evangelio latiendo y viviendo de Cristo.

Pidámosle a María que nos enseñe a perseverar en nuestra oración, que nos enseñe a compartir nuestra fe pero y que sobretodo nos dé la sabiduría para encarnarla cada día más en nuestras vidas. Sagrado corazón de Jesús.

 

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jesus nunca dijo que él era dios

¿Dónde en la Biblia dice que Jesús es Dios? ¿En qué capitulo y versículo Jesús se llama a sí mismo Dios? Sabemos que es el Hijo de Dios.  Sabemos que se proclama Hijo del Hombre (Mt 24, 30), El Mesías (Mc 14, 60-62), el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6)… ¿Pero dónde dice que Jesús sea Dios? Estas y muchas otras preguntas ocupaban la mente de las primeras comunidades cristianas

Jesús nunca se llama, explícitamente, Dios; pero muchas veces habla y actúa como solo Dios hace: Jesús perdona los pecados, cuando solo Dios puede perdonar pecados—causando escandalo entre los fariseos; Jesús concede el Espíritu de la Verdad y de la Vida a sus seguidores, cuando es solo Dios quien puede conceder este espíritu; es Dios quien envía profetas con mensajes y señales, y ahora Jesús es quien envía a sus seguidores a proclamar una Nueva Notica. Las primeras comunidades cristianas, luchaban con estas preguntas. Quizá Jesús era un profeta especial, excepcional, ¡pero solo un profeta! Pero al toparnos, en varios pasajes del Evangelio en los que la gente adoraba a Jesús con un culto debido solo a Dios. Quizá entonces Jesús era realmente Dios con apariencia de hombre. Eventualmente llegaron a concluir que Cristo Jesús era y es verdadero Dios y verdadero hombre.

A lo largo de la historia, la Iglesia ha buscado formas creativas de predicar el misterio de la Santísima Trinidad, como San Patricio, quien lo explicada con un trébol—tres hojas, una sola planta.  San Cirilo usaba la imagen de una llama, que tiene luz, calor y fuego—tres aspectos, una llama. La realidad es que, desde luego, la Trinidad sigue siendo un misterio.

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Murillo. Abraham and Los Tres Ángeles. Galería Nacional de Canadá

De la boca de los Niños

Un sacerdote visitaba las clases de catecismo, para conocer a los niños Llega a un salón y pregunta que es lo que están estudiando. ¡La Santísima Trinidad!, Responden los niños…

— “¿Qué es la Santísima Trinidad? le pregunta a una pequeña niña.

 — “La Sagdada Tinidad son des pesonas y un Dios”

— “¿Qué fue eso? ¡No te entendí!”

— “Es un mistedio. No se puede entended…”

Evidentemente, un misterio es algo que escapa nuestro intelecto. Pero en griego, la palabra misterio significa de manera especial, algo que solo se entiende cuando se comienza a vivir. Piensa en tu niño de tres o cuatro años, llega y te pregunta: ¿Que es amor? ¿Qué significa? Le podrías responder que el amor es algo que tú y yo compartimos, es lo que tu mamá y yo tenemos, algo que tus maestros y amigos tienen hacia ti. Pero al final, muy seguramente terminemos por decirle Ya lo sabrás, ya lo sabrás… Cuando comiences a experimentar el misterio del amor, de querer entregarte a otra persona y ser feliz haciendo a esa otra persona feliz...

Mirar al Espejo

Lo mismo pasa con la Sagrada Trinidad: es un misterio, de algo que comenzamos a entender cuando lo comenzamos a vivir. Existen complejas teorías teológicas que intentan aproximarse a este misterio. Una de ellas, por ejemplo, es que, cuando te miras en un espejo, ves el reflejo de tu cuerpo, un reflejo superficial de quien eres, solo tu cuerpo. Ese reflejo en el espejo no dice nada de tu pasado, tus relaciones, tus sueños, o tu familia. Es solo un reflejo de tu cuerpo, una imagen muy imperfecta de quién eres. Pero en el caso de Dios, si Él fuera a verse a Sí mismo en un espejo, el vería amor de una forma tan perfecta que su imagen causaría la existencia de una persona, su Hijo, y este Hijo respondería a este amor con tal devoción que, como fruto de este amor entre Padre e Hijo, se engendraría una nueva persona, el Espíritu Santo.

Podemos observar un dinamismo dentro de Dios mismo. Él no es solo una persona, si no tres personas que se aman mutuamente. Dios es una comunidad, una familia. Solo podemos amar cuando hay alguien a quién amar. Entonces, el Amor no es algo que Dios creó o algo que Él hace; el amor es quién Dios es.

Bueno, eso suena interesante, ¿pero qué tiene que ver todo esto con mi vida cotidiana?

La Indita y los Tres Dioses

Cuentan de unos amigos universitarios que decidieron viajar a un pequeño pueblo que acaba de sufrir un desastre natural y tratar de ayudar a reconstruir hogares. Querían no solo trabajar en el pueblo, sino también conocer a los residentes. Cada día se dedicaban también a visitar familias. Llegaron a una casa, tocan a la puerta, y se abrió un poco.

“¿Qué quieren?”

 “Somos estudiantes y estamos de visita. Quisiéramos solo platicar con ustedes, hablar de lo que estamos haciendo, y de Dios

“¿Dios? ¿Qué son, “hermanos”? Oh, ¿son católicos? Bueno, pasen.”

La puerta se abrió y los recibió. Le preguntaron sobre su manera tan defensiva de recibirlos.

Ella les explicó que habían tenido, por semanas, grupos de personas visitando de casa en casa

“Todos bien arreglados. Algunos de ellos conocían bien la Biblia, y eran bastante agresivos al explicar sus puntos. Dos semanas atrás una mujer toco a su puerta, paso sin ser invitada y me dijo,

«Tú eres católica, ¿verdad? ¿Por qué crees en tres Dioses?”

“Yo no creo en tres dioses, ¡Yo creo en un solo Dios!”

“¡No, tú crees en tres Dioses! «Uno llamado Jesús, otro es como un fantasma, y el otro es como el papá de los otros dos”, tomo su biblia y comenzó a recitar pasajes, que si esto y aquello, que el antiguo testamento y el nuevo … ¡Me comenzó a molestar bastante!

“¿Qué sucedió? ¿Qué le contestó?”— le preguntaron los estudiantes.

“Le contesté ‘Mire… Yo no sé nada de Juan 3, 16 o Mateo 1-2-3. ¡Lo que sí sé es que yo soy hija de mis padres, madre de mis hijos y esposa de mi marido, y eso no me convierte en tres mujeres diferentes! Soy la misma mujer’”… Ella simplemente se levantó y se fue…

Los estudiantes recibieron la sabiduría de esta pobre mujer de pueblo.

La Mejor Inversión

¿Pero qué relevancia tiene el misterio de la Santísima Trinidad en mi vida?

Bueno, si tanto tú como yo estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, y quién Dios es es justamente relación, entonces nosotros mismos somos criaturas de relación. Es en nuestras relaciones de amor sincero donde encontramos plenitud en nuestras vidas. Por esto, quizá sería mejor definir nuestra especie no como Homo Sapiens Sapiens (Criaturas que piensan y razonan), si no como Homo Amans (criaturas capaces de amar). Esta es la mejor inversión que podemos dar a nuestra vida, nuestras relaciones.

Si sientes que tu vida está perdiendo rumbo y propósito—que le falta vida, invertir en tu relación con el Padre es crucial.

Si ves que tu matrimonio se desmorona, invertir tiempo, energía, y quizá incluso recursos financieros para un consejero, y trabajar de manera constante en tu matrimonio es esencial.

Si deseas ser un mejor hombre, una mejor mujer, tienes que invertir en tus relaciones: ser un mejor padre, una mejor madre, un mejor compañero de trabajo, un mejor amigo; tomate un tiempo para tus niños, para vivir el domingo con tu familia.

Si buscamos ser mejores seres humanos, debemos entonces de trabajar para tener mejores relaciones.

Si Dios es un ser de relaciones, y nosotros somos a su imagen y semejanza, es nuestro deber trabajar en nuestras relaciones para incluir a Dios en ellas y traer entonces sanación ellas…

Sanación a las peleas entre hermanos, entre padres e hijos, entre amigos y colegas.

Que la Virgen María que conocía a cada persona de la Trinidad nos enseñe a cultivar relaciones saludables y profundas. Que María, la madre de Dios Hijo, la hija de Dios Padre, la esposa del Espíritu Santo, nos guíe y nos muestre el camino.

 

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¿TÚ por qué eres cristiano?

Es un sentimiento muy humano el que brota cuando perdemos a un ser querido: inmediatamente recordamos nuestro último encuentro con él o con ella, sus últimas palabras; aquella última vez que estuvimos a su lado. Es también muy humano no querer perder a alguien muy cercano que se nos está marchando, y desear ir allá adonde vaya. En el Evangelio de hoy Jesús acaba de anunciar su Pasión a los apostoles por tercera vez. Podemos sentir la tristeza de sus discípulos. Tomás le dirá: «Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?» (Juan 14, 5). Jesús ha sido su  maestro por casi tres años; le ha enseñado la Palabra y le ha dado sentido a su vida. Ahora que siente que va a perder a su maestro, quiere seguirlo adonde fuera. Me pregunto que habrá representado Jesús para Tomás. ¿Quién habrá sido para él, que experimenta tal sentimiento?

Como parte de nuestra formación en el seminario nos asignan en los veranos a una parroquía. En mi caso fue una de tamaño mediano en la que vivían dos sacerdotes. Uno de ellos era un sacerdote Jesuita con el que hice muy buena amistad. Todas las noches, después de cenar, nos tomaríamos una copa de vino y reflexionábamos sobre los misterios de nuestra fe, sobre la Iglesia y la comunidad. Un día que él había ido a comer con un amigo rabino judío, después de servirnos la copita de vino tinto, me preguntó:

— Jorge, ¿tú por qué eres cristiano?

Reflexioné un momento. Mi primera impresión fue que me estaban probando. ¡Uno se acostumbra a los escrutinios del seminario! Si le decía que era cristiano porque así me habían bautizado, por haber crecido en una familia cristiana, me habría contestado que aquello no era una respuesta suficiente. Después de todo, la persona elige seguir la fe; podría dejarla o buscar otra. No, tenía que darle una respuesta más intelectual, más elaborada.

 —Bueno, Padre, el Cristianismo ofrece una serie de normas sociales y morales que edifican a la sociedad. Está todo el tema de la conciencia, la dignidad innata del ser humano…

—De acuerdo —me contestó—, pero el Buda también ofreció una serie de normas para ayudar al prójimo, e igualmente lo hizo Confucio. Es más, hay muchas organizaciones seculares en el mundo, muchas personas ateas que no creen en Dios y hacen obras sociales maravillosas. ¿TÚ por qué eres Cristiano?

Un poco nervioso, tomé mi copa de vino tinto y le di un trago a ver si encontraba algo de sabiduría en ella.

—Bueno padre, pero Buda y Confucio no creyeron en Dios. Yo sí creo en Él, en un solo Dios, por eso soy Cristiano.

—Tampoco es suficiente. Nuestros hermanos judíos creen en Dios. La religión musulmana cree en Dios. ¿TÚ por qué eres Cristiano?

—Padre, voy a necesitar unos días para pensarlo. Le marco cuando encuentre un respuesta que le satisfaga más…

 

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MOMA, San Francisco – «If you’re seeing this sign, you’re going the wrong way»

Una Respuesta Más Acertada

Después de aquel diálogo, esta preguntaba rondaba por mi cabeza, meses y meses. «¿Por qué soy Cristiano?», le preguntaba al Señor durante la oración. «¿Por qué lo soy?», me preguntaba mientras estudiaba y leía la Biblia.

Unos meses después tuve la gran bendición de visitar Tierra Santa y conocí allí a un Cristiano palestino, un hombre que vivía en la zona de Cisjordania. Le invité un día a tomar café para conocerlo un poco más y conocer más de su vida. Le pregunté cómo era un día normal en su vida.

—Normalmente me levanto a las tres o tres y media de la mañana, y cruzo la frontera a Israel para trabajar. No sé nunca cómo va a estar la frontera; a veces me toma minutos, a veces son horas.

Le pregunté si usaba algún tipo de pasaporte o documento. Me contesto que sí y, al momento, sacó de su bolsillo una identificación. Miró a su alrededor para comprobar que nadie lo estaba viendo y me la enseñó como a escondidas.

—¿Y esta palabra qué significa? —le pregunto.

—Es mi nombre, Ibrahim.

—¿Y esta otra palabra?

—Es mi pueblo de nacimiento.

—Y esta otra, ¿qué es? —le pregunté de nuevo.

Me miró a los ojos y me dijo:

—Esa palabra ha determinado todo lo que yo soy. Determina en qué pueblo puedo vivir, con qué gente puedo interactuar, determina qué trabajo puedo hacer. Esa palabra ha sido causa de discriminación y de odio en mi vida y en la de mis hijos. pero por esa palabra yo la doy toda. Por esa palabra yo doy toda mi sangre, hasta la última gota. Esa palabra es Cristiano.

Después de unas semanas de reflexión, hablé con el Padre Jake.

—Padre, creo que tengo una respuesta. Esa copita de vino la invito yo.

Al verlo le dije: «Padre, sí, yo fui bautizado en la fe Cristiana, en la Iglesia Católica. Sí, yo creo que el Cristianismo ofrece normas para mejorar la sociedad. Sí, yo creo en un solo Dios, pero, sobre todo, yo creo que ese Dios es Amor; y que tanto ama Dios al mundo que entregó a su único hijo por mí. Soy Cristiano porque creo que

Él es el camino, cuando ningún otro camino satisface.

Él es la verdad de nuestra existencia, quien nos revela quiénes somos: hijos e hijas de Dios.

Él es la vida de nuestra vida y, sí, hay otros maestros espirituales que enseñan un camino.

Buda, Confucio, Mahoma, Abraham enseñan el suyo, pero ninguno de ellos se llama a sí mismo “el camino”. Ellos apuntan hacia su camino para alcanzar la felicidad o el Nirvana; pero ninguno se atreve, ninguno osa, a llamarse a sí mismo el camino, la verdad y la vida; Jesucristo sí. Y creo también que Jesús quiso permanecer en su Iglesia, quiso permanecer en este templo de piedras vivas (Pedro 2, 5). Creo que la noche en la que iba a ser entregado tomó pan, tomó vino y permaneció realmente presente en Su comunidad, en Su palabra, en Su cuerpo y sangre, en Sus ministros y en la misión del Evangelio.

El Padre Jake me miró, tomó la copa de vino y me dijo: «Esa es una respuesta más acertada».

Ahora yo quisiera dejarles la misma pregunta. Tal vez cueste minutos contestarla, quizá horas, días o meses. Tal vez te hará una mejor persona, una mujer más coherente. Tal vez la consideres por unos segundos y luego te olvides de ella. 

¿Por qué eres Cristiano?

¿Por qué eliges seguir el camino del Hijo de Dios?

¿Por qué eliges seguir el Evangelio del Dios-Hombre, de Cristo?

¿Por qué eliges permanecer en la Iglesia?

Te darás cuenta en la busqueda de dicha respuesta que Él nos continúa llamando, así como nuestra inteligencia busca, anhela y tiene sed de esa verdad que es Él. Cuando finalmente te respondas y encuentres la sabia respuesta que te satisfaga, reza para ser coherente, y para que toda tu vida refleje esa respuesta que tú mismo encontraste.

Pidámosle a María, la Madre sabiduría, que guíe nuestra reflexión, que nos haga encontrar esa respuesta y vivirla; que nos enseñe junto el camino hacia el Padre, que es una persona.

 

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