cuando dios abandona en el sufrimiento

¿por qué, por qué, por qué?

Si te preguntara si has tenido un encuentro personal con el sufrimiento y el dolor, seguramente responderías que sí.

Si preguntara si has experimentado algún dolor emocional como la pérdida de un ser querido o alguna otra pérdida personal como un cambio de proyecto de vida por divorcio o desvío de tu plan profesional, tal vez de nuevo responderías que sí.

Si te preguntara si te has encontrado con cualquier otra forma de dolor en el cual no encuentras sentido ni propósito, también, no dudo que asentirías.

Es en estos momentos de sufrimiento cuando nace una respuesta humana de preguntarnos POR QUÉ.

¿Por qué este dolor?

¿Por qué este sufrimiento?

¿Por qué a mí?

Sabemos que hay un dolor «positivo» en nuestras vidas: el dolor de sacrificar nuestra comodidad por horas de estudio, en pro de una mejor educación y éxito profesional; el dolor de ir al gimnasio y aguantar el ejercicio cardiovascular, levantamiento de pesas y el dolor durante las dos semanas siguientes con la esperanza de alcanzar mejor salud

Pero, ¿cuál es la respuesta al dolor para el cual no vemos ningún propósito, ante un sufrimiento que simplemente no podemos entender? Quizás en esos momentos oscuros de tu vida incluso has cuestionado a Dios. Es natural que muchas personas, cuando experimentan un dolor profundo, cuestionen la bondad de Dios, su amor, incluso su existencia.

Si Dios es todopoderoso, todo bueno y omnisapiente, ¿por qué no hace nada aquí y ahora por mi ser querido, por mí, en este dolor sin sentido?

En el Evangelio de hoy (Marcos 1, 29-39), se le pide a Jesús que cure a la suegra de Pedro [Después de todo, ¿qué buen hombre cristiano no le pediría a Jesús que cure a su suegra?]. Y lo hace, sin decir una palabra: la toca en el brazo y la levanta—todo en silencio. Después de este milagro, algunos escuchan que Jesús está en la ciudad y comienzan a traerle innumerables personas enfermas y poseídas, y Jesús las cura. A la mañana siguiente, Jesús está orando, y los apóstoles lo alertan de que todo el pueblo lo está buscando. Probablemente porque oyeron hablar de todos los milagros que realizó el día anterior y ellos mismos buscan ser sanados o liberados de los demonios que los oprimen. Es interesante la respuesta de Jesús. En lugar de bajar y curarlos a todos, dice:

“Vamos a ir a los pueblos cercanos
para que predique allí también
Pues para esto he venido” (Marcos 1, 38).

Parece que Jesús nos está dando una pista sobre un propósito más grande para el que vino, uno más grande que el sanar y exorcizar demonios. Jesús da una respuesta al sufrimiento humano que va más allá de una mera “solución milagro”. Volveremos a esto después.

El Señor me lo dió, el Señor me lo quitó – Job

La historia de Job, parte de los libros poéticos del Antiguo Testamento, habla del misterio del sufrimiento humano de una manera fascinante. Job es un hombre piadoso, un buen padre, un buen esposo y un buen trabajador. Dios lo ha bendecido con ganado y tierra, con una gran familia y una gran casa. La historia comienza con Dios expresando a Satanás cuán orgulloso está de su hijo, Job. Satanás sostiene que la única razón por la cual Job continúa exaltando y bendiciendo a Dios es porque Dios lo ha bendecido tanto. ¡Cualquiera bendeciría al dador de vasta tierra, de tanto ganado y de tan numerosa familia!

Satanás negocia con Dios: si me dejas tentar a Job, si eliminas esta barrera de protección que le tienes, verás cuán rápido te maldice. Yahvé acepta quitar Su protección en Job y le permite a Satanás tentarlo con sus posesiones, pero sin dañar a Job ni a su familia. Satanás mata a su ganado, le quita su tierra y su casa. Incluso rompe su promesa y mata, uno a uno, a los miembros de su familia. Puede que estés familiarizado con una de las frases que Job dice en esos momentos: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor”. (Job 1, 21)

Hasta ahora, Job ha sido fiel, pero Satanás regresa para la segunda ronda y está decidido a hacer que Job maldiga a Dios. Job ya ha perdido todo. Tanto sufrimiento comienza a afectar la vida de Job, tanto física como mentalmente. No puede dormir y cuando lo hace, no quiere levantarse de la cama. Job pasa «noches llenas de dolor, […] sin dejar esperanza […], con heridas supurando y cuerpo cubierto de gusanos.» Hasta decir: “Mi vida es un soplo, mis ojos no volverán a ver felicidad” (7, 7), —son las rumiaciones de un hombre que ha perdido toda esperanza y sentido en la vida; un hombre que ha sido consumido por la amargura de su dolor; un hombre que, con terminología de hoy, estaría clínicamente deprimido.

Entonces, tres de sus amigos aparecen y tratan de explicar el sufrimiento de Job.

Tal vez en realidad sí pecaste y simplemente no lo sabes

Tal vez no eres tan bueno como crees

Tal vez realmente merecías esto, de alguna manera

Quizás sí ofendiste a Yahvé

Job, sufrimiento, dolor
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Job by Léon Bonnat (1880)

Job insiste en que su conciencia está limpia en todos los aspectos. Job lucha con estas preguntas, hasta incluso recurrir a Dios mismo y, en la antigua fórmula de una demanda penal, acusa a Dios de ser injusto y lo reta públicamente, llamándolo a juicio.

Y algo terrible sucede.

Dios aparece. Dios responde.

 

«Y respondió Yahvé a Job de en medio del torbellino, diciendo:

¿Quién es este que empaña mi providencia con insensatos discursos?

Cíñete, pues, como varón tus lomos. Voy a preguntarte para que me instruyas.

 

¿Dónde estabas al fundar yo la tierra? Indícamelo, si tanto sabes.

¿Quién determinó, si lo sabes, sus dimensiones?»  – Job 38: 1-5

Dios responde con un hermoso himno de la creación:

¿Puedes elevar tu voz a las nubes,

para que te cubran con un diluvio de aguas?

 

Puedes enviar los relámpagos a su camino,

para que te digan, “Aquí estamos”?

 

¿Quién da sabiduría al ibis,

y le da entendimiento al gallo?

 

¿Sabes cuándo nacen las cabras montesas?

o vigilas los dolores de parto de los ciervos,

 

¿Quién le dio libertad al burro salvaje

y quién ha soltado al asno salvaje de sus ataduras?

 

He hecho de la naturaleza su hogar

y la sal planifica su morada.

 

Él se mueve por las montañas para pastar,

y busca cada espacio verde.

 

¿Consentirá el buey salvaje en servirte,

o pasará las noches en tu pesebre? (Job 39: 1, 5-9)

¡Es el monólogo ininterrumpido más largo de Dios en toda la Biblia, con dos capítulos de largo! Pero si nos damos cuenta, Dios en realidad nunca responde, al menos directamente, a la pregunta de Job sobre por qué está sufriendo.

Dios nunca le dice a Job el trasfondo de la apuesta que tiene con Satanás. Entonces… las preguntas permanecen:

¿Por qué Dios permitió que Job sufriera?

¿Por qué Jesús no sale y cura a todas estas personas, sino que se muda a otra ciudad para predicar?

Si Él es un Dios amoroso y compasivo, ¿por qué no convierte su ministerio en sanar y curar a las personas para liberarlos de sus cargas y opresión?

 

¿qué diría una teóloga sobre este dolor?

Una teóloga contemporánea reflexiona sobre esta idea de cómo Dios responde al sufrimiento de Job, al compararlo con el sufrimiento de un niño enfermo:

Piensa en un niño con leucemia agresiva que está sufriendo el dolor de un trasplante de médula ósea y que quiere saber por qué su madre no lo ayuda y detiene el sufrimiento por el que está pasando, como podría hacerlo tan claramente al sacarlo del hospital. Su madre podría responderle explicando los beneficios del trasplante al darle una cuenta médica de los beneficios de la reconstrucción de la médula ósea sana. Ella podría decirle a su hijo que tiene un cáncer que afecta la sangre y que los principales productos sanguíneos son producidos por las células madre en la médula ósea: “Estamos eliminando algunas de tus células madre, clonando las sanas y volviéndolas a ingresar en tu sangre. Luego te inyectamos una serie de medicamentos citotóxicos que destruyen las células madre enfermas en tu médula ósea, pero también dañan las células de las membranas mucosas que se encuentran en la boca, el esófago y el intestino, y es por eso que tiene las llagas en tu boca, por eso es que estás vomitando…» Esta podría ser una buena respuesta, pero de nuevo, también podría no serlo.

¿Qué haría ese niño con toda esa información médica?

Un niño que se somete a un procedimiento médico tan doloroso puede sentirse al menos tan herido por lo que él interpreta como abandono por parte de su madre y la aparente indiferencia hacia su dolor y necesidad como cualquier cosa que le esté ocurriendo a sus huesos y membranas mucosas.

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¿No sentiría ese niño como si su madre, la mismísima persona que más lo ama, lo hubiera abandonado? O aún más, ¿que ella solo lo está viendo sufrir, sin intervenir de ninguna manera? Ella está aprobando este mal en su vida. Ella lo ha abandondonado. Lo ha traicionado.

En ese caso, la mejor respuesta -quizá la única respuesta que le hará sentirse amado- es que la madre le dé a su hijo una ‘experiencia en segunda persona’ para amarlo. Este puede ser el mejor medio en dichas circunstancias para mostrarle que ella solo lo está dejando sufrir para ocasionarle algo mejor que ella no podría obtener de una manera más fácil.

Y eso es exactamente lo que obtiene Job: una ‘explicación en segunda persona.’ En su monólogo, Yahvé le está diciendo a Job: mira las aguas, mira las nubes, mira los cimientos de la tierra, mira los cuerpos celestiales en toda su perfección, mira los caballos en su belleza y fuerza.

Si los veo a ellos, ¿cómo no voy a verte a ti?

Si estoy presente a las aguas que caen del cielo, si estoy presente ean las maravillas de mi creación, ¿cómo, Job, no puedo estar presente ante ti en tu sufrimiento?

La revelación de Yahvé es una revelación de presencia:

Te veo

Esto presente

En esta oscura hora de sufrimiento y cuestionamiento.

Estoy contigo

En nuestros momentos oscuros, como del niño, Él está presente—algunas veces, como Jesús con la suegra de Pedro, sosteniendo nuestra mano, en silencio.

¿Qué sucede con Job y su sufrimiento?

Después de este encuentro, [¡y sugiero que termines de leer la historia!], el corazón de Job se convierte, se ha fortalecido. “He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven” (Job 42, 5). Job ha «visto» a Dios—su amorosa presencia—con sus propios «ojos.» Más tarde vemos que Job termina siendo aún más bendecido, con incluso más tierras, más ganado, con una casa y una familia más grande. Pero lo vemos especialmente, con una experiencia más íntima de Dios, de su amor siempre presente, incluso en los momentos oscuros de su vida, escondido, en silencio.

El corazón de Job se ha fortalecido; su sufrimiento ha incrementado su capacidad de esperanza, su capacidad de creer y amar un bien mayor del que podía humanamente comprender.

Al igual que con Job, Dios también nos ve y está tiernamente presente. Y si nos esforzamos por ser fieles, como Job, también lo “veremos” con un corazón más fuerte y una esperanza más profunda. El sufrimiento no tendrá la última palabra.

Que María, al pie de la Cruz (que quizás se estaba haciendo las mismas preguntas: ¿Por qué a Él? ¿Por qué ahora? ¿Por qué así?), nos muestra cómo encontrar la presencia amorosa de nuestro Padre, especialmente en nuestros tiempos oscuros.

Que ella nos muestre el valor del sufrimiento, para que podamos encontrar el amor de Dios en la Cruz.

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