En la lectura de hoy escuchamos de dos mujeres: Marta y MarÃa. La primera, muy laboriosa y atareada sirviendo a Jesús y la otra, suspendida y quieta ante su mera presencia, escuchándolo hablar. Marta se sentÃa frustrada con la cantidad de trabajo, hasta el punto de ver a su hermana y querer confrontarla. Probablemente pensaba que MarÃa estaba siendo completamente inútil, que no servÃa para nada en aquel momento en el que, teniendo a Jesús como invitado, habÃa tanto que hacer. MarÃa se quedaba simplemente sentada a su lado. Aun asÃ, Jesús reconoce que MarÃa habÃa elegido la mejor parte.
Nosotros, como Marta, podemos hacernos preguntas similares: ¿Qué sentido tiene venir a misa cada semana? ¿qué beneficio me aporta ver a la misma gente, oÃr las mismas lecturas y recitar las mismas oraciones?¿De qué sirve la Misa? Se los puedo decir ahora mismo: ¡La Santa Misa, como MarÃa, es «inútil»!
Durante el tiempo que daba clases en preparatoria, recuerdo haber empezado una de mis clases planteando la siguiente pregunta: «¿Qué es una vida de éxito para ustedes? ¿quién, a sus ojos, vivió una vida exitosa?» Los chicos nombrarÃan a continuación a diversos actores, polÃticos, cantantes, hombres de negocios… Después de terminar, les preguntaba: ¿Y quién, lea parece, ha vivido una vida bella?» Tras una pausa, comenzaban a mencionar varios nombres: Gandhi, Juan Pablo II, los bomberos que murieron dando su vida el 11 de septiembre, etc. HabÃan comprendido que en esta «cultura del éxito y logros» hay una diferencia entre lo que logras y los ideales que guÃan tu vida; eran conscientes de que no todo consiste en realizar y alcanzar, sino que hay una belleza que nos compele a actuar de un modo determinado, una belleza que pide simplemente ser contemplada.
Antoine de Saint-Exupery, el autor del Principito, dice lo siguiente:
Vivo con hastÃo estos tiempos. El hombre está muriendo de sed y no hay problema mayor en el mundo que este: devolver al hombre un sentido espiritual, una inquietud inmaterial. Uno no puede vivir más tiempo de frigorÃficos, de polÃtica, de balances contables, de crucigramas, no puede; no podemos vivir mas tiempo sin poesÃa, sin color, sin amor. Trabajando únicamente por el bien material, terminamos construyendo nuestra propia prisión. Nos encarcelamos en una moneda de cenizas que no compra nada que merezca ser poseÃdo.
Siguiendo esta lÃnea, ¿Para qué sirven, qué sentido tienen los museos, el arte, las pinturas, las canciones bellas y la poesÃa si no es la belleza en sà misma? Un autor espiritual de nuestros dÃas afirma lo siguiente:
La belleza es inútil, superflua, como todas las grandes cosas en la vida ¿Acaso no es el universo en sà mismo un fuego artificial de gloria divina totalmente superfluo y, por ello, de un valor tan incalculable? Las cosas útiles poseen valor, pero ¿quién puede calcular el valor de un poema en dólares y centavos? ¿quién le puede poner una etiqueta de precio a un beso? Si la gloria de Dios es realmente todo lo que importa, entonces, lo totalmente inútil no debe ser relegado a nuestro tiempo libre, una vez al mes o los domingos. Debemos aprender que lo inútil se merece el mejor momento. (Steindl-Rast).
 ¡Lo «inútil» acaba siendo lo principal! Jesús le reconoce a MarÃa la elección de la mejor parte porque ella está disfrutando de su presencia. MarÃa estaba siendo «inútil» por estar junto a su maestro, escuchándolo, disfrutando de Él. Como ya recordamos en la primera lectura, es Dios quien nos busca primero. Los tres hombres pasan por la casa de Abraham, éste los para y los invita a pasar. Abraham reconoce la presencia de Dios Y, ¿qué hace? Goza de una comida con ellos. Se sienta como nos sentamos entorno al santo altar de Dios para gozar de su presencia, no por el provecho o el beneficio, no para trabajar pero para, inútilmente, regocijarnos de la presencia de nuestro Padre celestial.
PodrÃamos decir que la Santa Misa es más cuestión de gozo, de «juego» que de utilidad.
«La práctica de la liturgia significa que, con la ayuda de la gracia y bajo la guÃa de la Iglesia, crecemos para convertirnos en obras de arte vivientes ante Dios, sin otro propósito u objetivo que vivir y existir a su vista; significa cumplir la palabra de Dios y «volverse como niños» (Mt 18:13); significa prescindir de la madurez con todo su supuesto sentido y limitarse a jugar ». Esta participación en la liturgia tiene «algo en común con el juego infantil y la vida del arte: no tiene un objetivo, pero esta lleno de un sentido profundo. No es trabajar, sino jugar; Estar jugando y modelar una obra de arte ante de sus ojos; No crear, sino existir: He ahà la esencia de la liturgia» (R. Guardini).
A través del canto y la palabra, a través de la fracción del pan, estamos aquà para adorar a Dios por ser Dios, a sentarnos a la mesa con Jesús para escucharlo y disfrutar de su presencia. Dios nos busca y, como en el caso de Abraham, está pasando por delante de nuestra casa. Depende de nosotros el hallar su presencia y llamarlo a entrar.
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