El tema recurrente en la sagrada liturgia en el dĆa de hoy, en las lecturas, es el tema del Poder.
Escuchamos al profeta IsaĆas describir como hay alguien mĆ”s poderoso que los gobernantes de la Tierra. Seguramente recordamos cuando JesĆŗs estĆ” frente a Poncio Pilato, y Pilato, queriendo demostrar la fuerza de su poder, le dice: Ā«Āæes que no sabes que yo tengo el poder de darte muerte?Ā» (Jn 19:10). Es este poder humano que a veces puede ser aterrador al querer imponerse ante todo. La respuesta de JesĆŗs ante Pilato no se deja esperar: Ā«No tendrĆas ningĆŗn poder si no te fuera dado de lo altoĀ» (Jn 19:11).
Hay tambiĆ©n otro poder que hemos experimentado todos en esta semana. En menos de una semana hemos experimentado un eclipse solar, cĆ³mo la fuerza de la naturaleza mueve los astros y hace opacar la luz; y hoy mismo, ayer, la fuerza de las lluvias torrenciales, el huracĆ”n Harvey; el poder de la naturaleza. Este poder tambiĆ©n puede imponer.
Tal vez recordarĆ”n que hace unas semanas hablamos del Evangelio de Pedro, que se hunde ante el miedo a la tempestad, los vientos y las olas. Es este poder que nos llama a creer, a ver que hay un poder mĆ”s grande, mĆ”s sublime, un poder en lo alto, una presencia santa que nos estĆ” buscando a lo largo de nuestros dĆas, que anhela ser encontrada por nosotros.
Hoy JesĆŗs les pregunta a sus apĆ³stoles: Ā«ĀæQuiĆ©n dice la gente que es el Hijo del Hombre?Ā»…ĀæquĆ© andan diciendo por ahĆ sobre mĆ? Pedro es el primero en responder: Ā«Eres el MesĆas, el Hijo del Dios VivoĀ». Ante esta respuesta, JesĆŗs le dice: Ā«Y yo te digo a ti que tĆŗ eres Pedro y sobre esta piedra edificarĆ© mi Iglesia.Ā»
Lo interesante es que Pedro sĆ³lo descubre quiĆ©n es Ć©l mismo, Pedro, y su misiĆ³n en la Iglesia cuando responde a la pregunta de quiĆ©n es el Hijo del Hombre para Ć©l.
Me parece que la misma pregunta nos puede hacer Cristo JesĆŗs, en estos dĆas: Ā«ĀæquiĆ©n dice la gente que es el hijo del hombre?Ā»
JesĆŗs, unos dicen desde la IlustraciĆ³n y de otros movimientos sociales y psicolĆ³gicos, que tĆŗ eres sĆ³lo una idea que nos inventamos nosotros, los hombres, para lidiar con la realidad de la muerte.
JesĆŗs, la ciencia, centrada en su mĆ©todo, dice que no hay evidencia para creer en tu mensaje, que no hay motivos para creer en la vida despuĆ©s de la muerte, en la resurrecciĆ³n, o en el alma.
JesĆŗs, unos dicen que obras milagros en sus vidas cuando la gente acude a ti; que eres un SeƱor milagrero, y que logra en aquellas personas lo que ellos no pueden conseguir por sĆ mismos.
JesĆŗs, mi sociedad, mi escuela, mi trabajo, mi familia, mis amigos dicen que tĆŗ eres una creencia entre tantas otras. Una creencia mĆ”s entre el budismo, el islam o el yoga, que yo puedo escoger como menĆŗ, segĆŗn me haga sentir mejor.
Mas luego JesĆŗs vuelve su mirada hacia ti, su mirada penetrante y amorosa, y te dice:
Ā«Āæpero TĆ, quiĆ©n dices que soy yo?Ā»
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