En mis entrevistas individuales con los jóvenes que se preparan para recibir la Confirmación, uno de ellos me pregunta
—Bueno, ¿y ahora qué?
—¿Qué quieres decir? —contesté.
—Bueno, hasta hora he estado en clases de Catecismo para la Primera Comunión y después, en más clases para la Confirmación. ¿Ahora qué?, ¿qué sigue después de recibir el Sacramento? Y pensé en ese deseo secreto que todos tenemos de hacer algo grande con nuestras vidas; de aquella necesidad de armar un plan, salir a la aventura y trabajar en algo grande. Me parece que nosotros nos podemos hacer la misma pregunta que se hizo el estudiante de Confirmación.
De acuerdo, Jesús vino.
Él es el cumplimiento de las profecías, Dios hecho hombre.
Nos ha redimido mediante su muerte y Resurrección.
Volvió a la vida.
¿Y ahora qué?
Celebramos la temporada de Pascua, podemos hacernos la misma pregunta: “Bien, Jesús resucitó, ¿ahora qué sigue?”. Cuando la gente me pregunta qué libro sugiero para empezar a leer la Biblia, me gusta contestarle que Lucas, y después los Hechos de los Apóstoles. Hay un consenso entre los académicos en que Lucas escribió ambos libros. Así, el primer volumen podría ser el Evangelio; y su segundo volumen, los Hechos de los Apóstoles. Esto es, la Parte 1 cuenta la historia de Cristo y el segundo volumen se centra en las preguntas «¿y ahora qué? «; «¿qué hacemos luego de que Cristo se nos mostrase después de volver a la vida? «; «¿qué viene después? «. Si lees los Hechos de los Apóstoles, verás que lo que tuvo que vivir esa primera comunidad de creyentes tienen mucho en común con lo que nosotros vivimos. Ellos también vivían en un mundo hostil que rechazaba el mensaje de Cristo. Habitaban un mundo que tan solo aceptaba el placer, el poder y la fama.
Pero volvamos a la primera lectura de hoy. Pedro se levanta y da la primera homilía de la historia de la Iglesia. Veamos el contexto: los apóstoles estaban encerrados por miedo a los Judios. Jesús les acababa de dar el Espíritu, y derribaron las puertas y comenzaron a predicar hablando en lenguas. ¡Muchos estaban maravillados! ¿Cómo pueden hablar esas lenguas?, ¿acaso no son galileos? Sin embargo, muchos de ellos también los ridiculizan: No están hablando lenguas; tan solo están balbuceando… ¡Se pasaron con el vino! «Están borrachos!» (Hechos 2, 13).
Ese es el momento en el que Pedro, poniéndose en pie con los once, alza la voz y les dijo: «Sepa con certeza toda la casa de Israel que a este Jesús a quien vosotros crucificaron, Dios le ha hecho Señor y Cristo» (Hechos 2:36). Hoy en día podemos estar acostumbrados a oir estos dos títulos (Señor y Cristo), pero en aquella época eran algo grande. En tiempos del Imperio Romano había un solo señor, un kairos, y este era el propio emperador romano. Era el único y supremo dirigente, el señor de la civilización y el progreso. De este modo, que Pedro dijera que Jesús es el verdadero Kairós, que Jesús es el Señor, el dirigente Supremo, era un acto inherentemente subersivo contra el Imperio Romano. ¡Debió haberles chocado tanto! ¿Quién era aquel hombre, Pedro, para decir que un rabino judío era Señor?
El segundo título, Cristo, iba dirigido especialmente a los judíos de la época, a los maestros. Cristo significa «el Ungido», «El Mesías». Jesús no solo es el Señor de todo y el poder supremo, también es el Ungido y el Mesías, aquel al que hemos estado esperando. Estos dos títulos representan un gran modo de predicación para Pedro, pero observemos la manera en la que comienza: levanta su voz y, entre toda la gente, predica directa y abiertamente. Desde luego, heriría oídos «políticamente correctos» de nuestros tiempos escuchar a alguien predicar de un modo tan abierto. Prácticamente podemos sentir la convicción de Pedro en el texto. No existe matiz ni fisura, «Dios lo ha hecho Señor y Cristo al mismo tiempo, a este Jesús al que ustedes han crucificado». Muy a menudo nos preocupamos por agradar a alguien con lo que decimos, pensamos en cómo lo decimos y en quién podría sentirse ofendido; ¡y aquel por el que estamos menos preocupados en agradar es el mismo Cristo! Si Él es Señor de nuestras vidas, Él es el único a quien verdaderamente debemos buscar y agradar. Está claro que debemos ser caritativos con todo el mundo, pero no debemos por miedo diluir el mensaje de Cristo. Solo Él es el Señor.
La Palabra de Dios Lastima
La energía de Pedro me maravilla. ¿De dónde obtiene esa convicción? No olvides que este es el mismo hombre que traicionó negando a su maestro, tres veces; quien le abandonó cuando más lo necesitaba (Mt 26:69-75). ¿De dónde surge entonces esta convicción? Creo que, precisamente la encuentra al haber experimentado la reconciliación con su Señor. Y es por esta experiencia que Pedro desafía a sus oyentes a dar el primer paso para seguir a Cristo: arrepentirse. Es esta experiencia de arrepentimiento la que hace su prédica de la Palabra tan efectiva que las personas que lo estaban ridiculizando están ahora tienen el “corazón traspasado”.
La prédica de Pedro toca sus corazones; es la Palabra de Dios que alcanza a los oyentes. Sí, la Palabra conforta a los afligidos, pero ¡cuánto hay de verdad en que la Palabra de Dios también aflige a los acomodados! La Palabra de Dios toca los corazones de aquellos que se sienten conformes con su vida, desafiándolos en primer lugar a arrepentirse, a ser bautizados y comenzar la maravillosa aventura de vivir una nueva vida en Cristo, el Resucitado.
La Aventura
Chesterton, reflexionando en torno a este sentido de aventura, de la novedad en la vida y del “¿y ahora qué?”, dijo las siguientes palabras:
«Una aventura es, por naturaleza, algo que viene a nosotros. Es algo que nos escoge a nosotros, no algo que nosotros escojamos. Enamorarse ha sido considerado habitualmente como la aventura suprema, el supremo y romántico accidente. El amor nos lleva, nos transfigura y nos tortura; inunda nuestros corazones con belleza, una belleza insoportable, igual a la insoportable belleza de la música. Sin embargo, lo hace solo en la medida en la que estamos preparados de algún modo para enamorarnos y en algún modo dispuestos a arrojarnos hacia el amor. En este sentido, la suprema aventura no es enamorarse. La aventura suprema es nacer».
¿No es eso de lo que trata el Bautismo?; «¿nacer de nuevo?» (Jn 3, 3).
Día a día, en la novedad de la vida y la frescura de la fe.
Nacer en esta aventura de seguir a Cristo en nuestras vidas.
Nacer como hijo e hija de Dios y encarnar el Evangelio de Cristo Jesús en mi vida diaria.
Conocerlo a Él, que es Señor y Cristo de mi vida.
Mas esto requiere una decisión radical. No es algo a lo que le pueda dedicar a medio tiempo, medio convencido. Cristo pide todo de nosotros. Si Él es el Señor de mi vida, lo buscaré personalmente; la santa Misa será el evento más importante de mi semana. Buscaré conocer a mi Señor y Maestro en la Escritura a traves de una vida de oración diaria. Buscaré vivir el mensaje de Cristo en mi lugar de trabajo, en mi vida personal. Todas estas deberían ser prioridades para mí, conocerlo a Él que es mi Señor y Maestro. Amigos, la aventura por la que Dios nos está llamando a vivir en Cristo Jesús es la verdadera fuente de nuestra alegría, pero es algo que requiere reflexión y decisión. Como Pedro, podremos ser también ridiculizados por el mensaje.
Predicar siempre, si es necesario utilizar palabras
Parece que hoy en día cualquier mensaje debe ser aceptable y tolerado. Cualquier visión política, cualquier postura sobre cualquier materia (social, sexual, moral…). Todo es aceptable. Sin embargo, cuando hablamos de predicar a Cristo, el mundo responde con agresiones, con burlas; los “tolerantes” responden con intolerancia.
Y no pasa nada, puesto que se trata de predicar antes que nada mediante nuestras acciones, incluso antes que con nuestras palabras. Luchamos por convertirnos en evangelios vivos.
La Fe no es un programa de superación personal, y la Iglesia no es una casa para unos pocos santos elegidos. La Iglesia es una fábrica de santos, que desde su pecado, arrepentimiento y bautismo, llegan hasta la santidad. Lejos de ser un programa de mejora personal, la fe cristiana se trata de una persona, Cristo Jesús, de conocerlo íntimamente y seguirlo con decisión.
Así que si nos preguntamos: «¿Y ahora qué?», podemos respondernos que la aventura acaba de empezar. Aceptaremos el mensaje de Cristo, aceptaremos esa invitación de un nuevo horizonte para seguirlo si lo ubicamos como el Señor y el Cristo de nuestras vidas.
En este mes de María, pidámosle que nos muestre el modo de seguir a Cristo con la convicción de tenerlo como nuestro Señor y Maestro en cada dimensión de nuestras vidas; la convicción con la que alzamos nuestra voz y por la que predican nuestras acciones con la reconciliación con el Padre.
Que María nos muestre cómo oir la voz del Buen Pastor que nos llama.
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